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sábado, 27 de agosto de 2016

Trazas de madrugada...

Pasadas las dos de la madrugada las cosas parecen tener otro color, incluso parecen oler de otro modo y quisiera, por un instante, poder transmitir, ser capaz de hacer llegar esa tonalidad especial que desprenden.
La madrugada es una espacio de silencios, donde todo lo grande  queda amortiguado tras el día, donde  todo lo minúsculo queda ampliado como si yaciera bajo una lente subjetiva, bajo unas neuronas caprichosas capaces de brindarles alma y voz, cantos a los silencios.
Es justo en este momento cuando te dispones a hacer nuevos planes para el próximo día, incluso, atrevido tú, para el futuro inmediato. De repente, tu mente se ve abordada por una especie de euforia entre estúpida y desmesurada, como si todo fuera posible, como si este ir y venir del viento alocado en tu cabeza  fuera a durar hasta mañana. Te duermes con mil y uno proyectos, con varias nuevas ideas, con todo a medio diseñar, con la confianza de que en las primeras claras del día todo siga igual, pero no… sencillamente es un volver a empezar.
Quién no se ha acostado con la cabeza como una hervidero de ideas y grandes despropósitos que parecen perfectamente reales, factibles pese al adorno, dignos casi de un genio… para acabar despertando en el cuerpo de  un simple mortal y ver cómo las brillantes ideas de la noche anterior se derraman a la luz de la ventana, cayendo indómitas e irresolubles, mientras te sonríes a ti mismo y te confiesas: “cómo pude haber pensado que lo anoche era posible…”.
Pero así es la vida amigo, así discurre todo, en un devenir de fantasías alocadas, de ilusiones que en su mayor parte no se harán realidad, pero discurren, viajan, serpentean  por tu mente. Y en ese breve trayecto, que parece durar horas,dentro de tus recónditos circuitos neuronales,te hacen feliz. ¡Qué diantres¡ ¡Qué más da si esos minutos se me antojan horas y me propician un sueño dulcemente agitado¡

Llega el nuevo día. Nuevos frentes, nuevos retos pero nada parecido a lo elucubrado la noche anterior. Me pierdo en ellos y tan sólo una idea me ronda la cabeza. Quiero que el día discurra entre pequeños vericuetos útiles, lo justo para que llegue la noche con sus grandes planes, la madrugada me invada con sus alocadas ideas y, de nuevo, pueda ser yo entre las sábanas y esa euforia que me arranca la sonrisa en sueños. 

miércoles, 23 de diciembre de 2015

Perelman



            La figura  de Perelman era algo desgarbada. Observado desde atrás daba la impresión de un hombre alto flexionado sobre su propio tronco,  como si algo de él le atrajera  sobre sí mismo, quizá como si el peso de la tristeza y la vacuidad interior le impulsaran hacia adelante dejando en ridículo a la fuerza de la gravedad.
            Entró despacio en su cubículo, su despacho, dotado de esa especie de desorden que le hacía atractivo. La luz era tenue, la silla confortable -un símil de cuero bastante agradable- y la mesa forrada en una simulación de madera y llena de libros y útiles de escribir que ocupaban un  orden caótico y preciso a la vez. Tras él una colección de estanterías en madera de pino atiborradas de libros, ordenados pero con pequeños conatos de rebelión en algunos estantes, donde tomos despistados  intentaban propulsarse hacia fuera, ansiosos por escapar de ese abecedario inmenso e inquieto.
            La sombra de su cuerpo se proyectaba sobre la mesa una vez se sentó. Sus pupilas recorrieron los márgenes de esa sombra temblorosa, mientras instintivamente colocaba el atril en la mejor posición, aquella en la que el brillo de la luz al impactar sobre el papel resultara lo menos molesta para el estudio.
Hacía al menos una semana que el ritual se repetía. Desde la subida apesadumbrada por la escalera, como llevando  un peso muerto en los brazos hasta la colocación del atril una vez sentado a la mesa. No obstante, Perelman estaba infectado por un agente silencioso y letal que le atravesaba las entrañas y le impedía avanzar más allá del ritual diario.
            La sensación era difícilmente descriptible, un sabor interno a pestilencia mezclada con avidez por la huída. Una especie de vacío en la zona del pecho, que a ratos dejaba paso a cierta constricción,  como si una mano se hundiera tras su esternón para recordarle lo frágil y lamentable de su condición humana. La sensación, en definitiva, de que el mundo se reía de él y le escupía desde lo alto, al  tiempo que temía levantar la cara  y que aquel escupitajo le cayera en plenos ojos, unos ojos que un día más deseaba no tener abiertos.
            Lo tenía todo para ser feliz se decía. Aquella familia era hermosa y, al menos vista desde fuera,  envidiada por muchos. Un trabajo absorbente pero que le permitía progresar, aunque fuera a ratos, en sus aventuras y devaneos con la ciencia. Una casa acogedora y, sobre todo, plagada de libros, demasiados, tantos que el miedo a morir sin leerlos había dejado paso a la más completa de las certezas.
Pese a ello, aquella mano seguía allí, hurgando tras sus huesos en el pecho, casi rozando sus vasos más nobles, respetando la aorta como por casualidad. Algo dentro de él tenía cierta capacidad de control sobre esa mano desgarradora, y ese “algo” dentro de él la mantenía a raya cada noche.
Su mente volaba hacia ese esperpento que le controlaba, mientras instintivamente recorría el borde su sombra proyectada sobre la mesa. Las dos pequeñas figuras de sus hijos sobre el marco a la izquierda del atril eran en cierto modo una prolongación que le mantenía a salvo, la fuerza invisible que evitaba que la mano lo destrozara todo en su pecho.
Una vez más entornó los ojos, atenuó la luz del flexo irreverente, y se encorvó aún más sobre la mesa plagada de libros y papeles. Una vez más, Perelman decidió que aquella  noche seguiría con los pies sobre el frío suelo del despacho, conteniendo, con la ayuda de la fotografía, a aquella mano inmisericorde y deseable a la vez.
            Notó el frío en los pies, la sangre subiendo tibia hacia sus sienes y el pequeño resplandor proyectándose sobre el marco y el atril.
Los miró a los ojos, los ojos más hermosos que jamás hubiera podido imaginar, y decidió seguir adelante.
No era ni sería feliz, pero aquellos ojos bien valían el frío de los pies, el ardor en la cabeza, los llantos a escondidas y la inmensa soledad que le envolvía eternamente.
            Adelante...se dijo. Una lágrima cayó de sus ojos y comenzó la espantosa lucha con los párrafos y los libros manoseados.
            Adelante...








martes, 20 de enero de 2015

Insomnio

La madrugada tiene ese encanto especial en el que te parece observar la realidad tras un cristal semiopaco. Sabes que has de descansar, dormir algo, prepararte para el siguiente día duro, que las horas se agotan a veces en esfuerzos estériles...y pese a ello no puedes dejar de compartir aunque sea un párrafo con el mundo exterior.
No es fácil escribir siquiera este mini post desde una tablet, a oscuras en la cama. Pero quería llorar un saludo, echarlo fuera, como se expele una esperanza.
Feliz noche, durmientes.



martes, 13 de enero de 2015

Vuelta a la carga….regreso al blog

 

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Hace mucho tiempo que no escribo nada en este blog, ninguna entrada, un blog inacabado. A veces uno se replantea si la necesidad de exteriorizar algunos pensamientos fuera de las redes sociales (no se me ocurre un sitio más inapropiado que una red social para ello) es natural, incluso fisiológica. En todo caso quizá suponga un alivio para mí mismo y vosotros, queridos lectores, siempre tenéis la posibilidad de no tener que leerlo, o cerrarlo justo en el primer párrafo.

La vuelta a estas páginas de pixeles, quizá suponga un paso atrás en el ritmo vertiginoso que la clínica y la gestión de la investigación supone en mi devenir diario. Quizá me esté recordando a mí mismo que hay vida más allá de los test estadísticos y de los objetivos de contrato programa. Quizá, querido lector, me esté recordando que he de cuidar más tanto mi relación contigo como con los propios seres que me rodean y quieren, muy especialmente con estos últimos.

Esta noche daré ya por concluida la elaboración de informes, las peleas continuas con el correo electrónico y los diálogos imposibles con SPSS y R. Mañana será otro día y, de momento, sólo me apetece contar que en la vida hay algo más, familia, mujer e hijos que te quieren tanto que dudas que estés devolviendo lo que merecen en su justa medida. También hay viejos y nuevos libros olvidados sobre la mesita de noche, libros que te recuerdan cada vez que te acuestas, que te dejas la sangre por algo que no sabes si en el fondo merecerá la pena. El olor a papel impreso, las cubiertas desgastadas por un manoseo ineficaz de la memoria de los muertos, que se aglutinan en el dormitorio… tantas y tantas cosas que uno pierde en el devenir de cada día…

Y cada día es un día que se va para no regresar. Lo que sí regresa, son mis locuras y transgresiones de madrugada.

Descansad mis queridos insomnes.

domingo, 30 de diciembre de 2012

Un post de JM Bolivar: El Fin de los Empleados Forrest Gump


Esta entrada del siempre oportuno y  magnífico José Miguel Bolivar me ha dado que pensar. En esta mañana fría de pueblo, donde casi nadie se mueve por las calles aún, basta echar una ojeada para distinguir, desde la ventana, algún "Forrest Gump". 


En mi propósito de no dejar de escribir en el blog aunque fuera combinando lo original con lo prestado (eso sí, prestado con licencia y citando), aquí os dejo algo que creo os gustará. 


Feliz Navidad a todos 



El Fin de los Empleados Forrest Gump
 
de 


Todos sabemos que un gran porcentaje de los directivos no lee  y que, como además están “tocados por Dios “, tampoco necesitan aprender ni participar en actividad alguna de formación.
Para estos directivos, lo “moderno”, al menos en temas de gestión, es, como mínimo, sospechoso y, con mucha probabilidad, peligroso. Tú y yo sabemos que “moderno” es unconcepto relativo que abarca cada vez un trozo de Historia más breve pero, para este tipo de directivos, “moderno” es algo posterior a cuando ellos estudiaron, que generalmente fue la última vez que leyeron un libro.

Cuando las cosas van bien, estos directivos no tienen inconveniente en flirtear con la modernidad porque, en el fondo, ser moderno es “cool”. Pero cuando la situación se complica hay que dejarse de tonterías y volver rápidamente a la zona de confort.
“Zona de confort” para el directivo del que hablamos significa “Taylorismo “, el método de organización científica del trabajo de la Revolución Industrial (1911).
El problema es que el Taylorismo es veneno para el trabajo del conocimiento, no solo porque ataca directamente la capacidad de las personas para juzgar y decidir y porque se apoya en el monopolio del conocimiento por parte de una oligarquía organizativa sino, sobre todo, porque desconfía de las personas.
Creo que la frase “¿por qué cuando pido dos brazos me traen también una cabeza?“, atribuida a Frederick W. Taylor, ejemplifica a la perfección el entorno organizativo del que hablamos.
Un entorno en el que el “trabajador ideal” es aquélla persona que se limita a hacer lo que le dicen, de la manera más rápida y eficiente posible, sin cuestionarse nunca lo que le ordenan, sin plantearse si tiene o no sentido, si se podría hacer de una forma alternativa o, por qué no, si podría dejar de hacerse. Definitivamente, al “trabajador ideal” del Taylorismo no le pagan por pensar.
Me parece que este pasaje de la película “Forrest Gump “, si el protagonista fuera un empleado en lugar de un soldado, reflejaría bastante bien lo que sería un magnífico ejemplo de perfección taylorista.
Sin embargo, a día de hoy y en plena Era de la Información , cada vez son más las organizaciones cuyo “core business ” depende de forma creciente del trabajo del conocimiento. A pesar de ello hay organizaciones que todavía prefieren empleados “Forrest Gump” (y personas a las que resulta cómodo comportarse así). ¿Cómo es esto posible? Más allá de la habitual resistencia al cambio, ¿por qué es tan lento el ritmo de evolución? Son varios los autores, entre ellos Gary Hamel , que apuntan posibles respuestas a esta pregunta.
Es indudable que para el mando intermedio tipo, el empleado “Forrest Gump” resulta extremadamente cómodo de gestionar pero creo que ese no es el motivo o, al menos, no es el único ni el más relevante por el que las cosas avanzan tan despacio.
¿Qué, o quién, hace posible que sigan existiendo empleados “Forrest Gump” en las organizaciones? ¿Conoces muchas organizaciones en las que siga teniendo sentido este tipo de empleados, si es que alguna vez lo ha tenido? ¿Qué consecuencias crees que tiene para las organizaciones cuyo futuro depende del trabajo del conocimiento que sigan existiendo en ellas empleados “Forrest Gump”? ¿Qué ganarían esas organizaciones con la desaparición de este tipo de empleados?
Y, sobre todo, ¿quiénes ganan con la situación actual, o dicho en otras palabras, quiénes pierden con el fin de los empleados “Forrest Gump”?
Hagan juego, señor@s. Hagan juego…

optimainfinito rss El Fin de los Empleados Forrest Gump Este artículo, El Fin de los Empleados Forrest Gump , escrito por José Miguel Bolívar y publicado originalmente en Optima Infinito , está licenciado para su uso bajo una Licencia Creative Commons 3.0 España .


domingo, 16 de diciembre de 2012

Luis


Querido padre:

Desde que tú y yo pasamos lo nuestro, desde aquel aciago día, siempre pensé que pocas situaciones me dejarían sin habla y con el corazón en un puño, como si al irte me hubieras dejado esa vacuna que tanto duele, puesta entre los labios. Estaba equivocado.

3 de la madrugada. Un mujer que no llega  a los 60, casi como tú. Desplomada sobre la mesa de críticos, la mirada desconjugada y perdida, la nuca rígida, el ronquido de los que tienen planeado irse antes que después. Tumor cerebral maligno, que ha ido capeando entre manoletinas y tangos viejos, como ha podido, con la ayuda del más pequeño de los cinco hijos, Luis, quien desde los 14 hasta los 16 años que tiene ahora, ha sido y es,  sus pies y sus manos…

Carrera frenética y sin sentido hacia el TAC, para encontrar lo esperado. El asesino ha sangrado, rociando ventrículos, hasta el cuarto, como los toros malos. A su paso ha desplazado los tallos grises, ha herniado parte del bosque, como un pirómano por sorpresa. Subfalcial dice el radiólogo y… “menudo cabrón” pienso, con la vista en el tumor sangrante que se derrama por dentro.
Nada que hacer. Llamadas estúpidas de madrugada para afrontar los miedos, para no sentir la soledad sin respaldo de informar que “hasta aquí hemos llegado” chicos, no hay más. El cirujano, con la voz adormilada al teléfono y tras ver paciente e imágenes confirma lo obvio, carece de sentido hacer cualquier intento. El intensivista se remueve inquieto, “nada que hacer, lo siento”. Torea chaval, con tu especialidad de médico de trincheras, con tu aplomo que se ha ido hace rato vete a saber tú dónde, torea chaval, que son cinco los hijos, informa, el ruedo espera.

Preguntas y respuestas. Miradas, cruces de ojos y lamentos. Llantos apagados y cuerpos que se apoyan unos contra otros. No hay quirófano, no hay UCI, hay observación, hay que paliar, consolar y reconfortar. Médicamente hay casi la nada, humanamente hay que torear como aquel 20 de septiembre, salir al ruedo, sin llorar, y torear…
-Hable con Luisito –me pide el mayor de los cinco-. – Tiene 16 años, lleva dos encerrado en casa, cambiando pañales y aseando a mamá, los mismos dos años desde que dejó el colegio para dedicarse por entero a ella, desde que se le paralizó medio cuerpo y se lo hace todo encima. Hace cinco años perdimos también a nuestro padre. Los hermanos estamos regularmente avenidos, él es quien lo va a pasar peor…
Luis es rubio, de complexión tirando a gruesa. Gafas de pasta sobre ojos inteligentes, mirada aviesa y perdida, forzada hacia abajo, no queriendo sostener la mía. No sabe que soy yo quien no soy capaz de mirarle a los ojos. - ¿Y ahora que voy a hacer yo? –dice una y otra vez entre sollozos y lágrimas que caen por esos mofletes sonrosados-. Se seca las lágrimas con manos curtidas de dermatitis y callos…no son manos de 16 años.
-Me han dejado sólo. Primero mi padre, se fue hace años. Ahora se me va ella. -¿Qué voy a hacer yo?
Le miro sentado en la silla, con ese corpachón de tío hecho y derecho pese a su edad. No sé qué decirle pero me parece ver a mi hijo y por un instante pienso qué le gustaría a él oír si le tocara ese número en la rifa.
–Luis, has sido un hijo con arrestos de regimiento al completo, un tío hecho y derecho que no se ha rajado ni en éste que es de los peores momentos. Es hora de cambiar los pañales por hacer piña, por hacer familia. Esos cuatro hermanos de ahí fuera, distantes, necesitan un hombre que los una, con dos pelotas por bandera, y este tío eres tú. Te ha tocado la china Luis, te han jodido y bien, pero eres la única esperanza de lo que queda de tu familia y te toca hundirte esta noche y llorar como un crío para sacar después los hígados y echar a torear, como al final toreamos algunos.

Luis se aleja llorando, pero derecho y erguido por el pasillo. Enfila sala de espera y el niño de los pañales susurra al resto: “yo me quedo hasta el final, ¿alguno más?”.

5 am. Termino de escribir al volapié estas letras, las envío al blog para que mañana tú puedas leer que los hay más tristes, desdichados y si cabe con más higadillas. En este trabajo sobran los listos y faltan los hombres, con o sin Dios, aquellos que como yo, jamás llegaremos a la altura de este Luis, con su dermatitis, sus manos de obrero, sus pañales y sus lágrimas de 16 años.

Almería, 5 de la madrugada del 17 de Diciembre de 2012



domingo, 21 de octubre de 2012

Lo siento por la confianza…

 

Sentir que se destroza la confianza que has depositado durante años en algunos colectivos o personas, es, a qué negarlo una gran putada, como mínimo da para un estadillo de blog, o como dicen los más snobs, un “post”.

Hay ocasiones en las que, como decía mi viejo amigo Pepe, es mejor hacer como los buenos toreros: “parar y templar” y, justamente eso hago yo hoy. Ahora mismo no sé si seguir al frente de la tutoría de residentes es lo mejor (ni para mí ni para ellos). Tampoco tengo en absoluto claro si mis residentes están contando con un tutor a la altura de las circunstancias o, por contra, soy yo el que sigue creyendo que los residentes son de la pasta que eran, y los tiempos han cambiado… sinceramente, no lo sé.

Las decisiones en caliente nunca son una buena estrategia, lo tengo claro. Por este motivo me voy a dar un pequeño plazo de reflexión, básicamente hasta la incorporación de los nuevos R1. En este periodo intentaré hacer balance de lo que doy y lo que ellos dan a cambio. Las cuentas son las cuentas, ya veremos qué resulta de todo esto. Puede ocurrir, es probable, que sea yo el que no de lo suficiente.

Esta labor, que suele ser callada, a veces poco productiva y casi siempre poco reconocida, suele ocupar una parte no desdeñable de mi vida laboral pero también de la familiar. Reacciones, comportamientos y actitudes de personas en general (residentes, adjuntos, directivos, etc….) me obligan a plantearme este puñetero dilema y a tener que afrontarlo en breve. Quizá sigo en el limbo, recordando cuando daba las gracias porque de madrugada un adjunto me llamaba para enseñarme un caso curioso, una rareza. Quizá echo en falta cuando me mandaban de vuelta a mi consulta a corregir una historia clínica mal hecha, o incompleta. Quizá…quizá me haya suavizado con los tiempos y haya olvidado la máxima de que ser un buen tutor no tiene por qué significar ser un amigo para todos. El tiro va errado y torcido, no es nuevo, como veis, hay mucho que pensar.

Mientras tanto, seguiré escribiendo, tratando de publicar algo en lo que me gusta, trabajando según pueda y me dejen las jodidas circunstancias que nos están tocando vivir a todos. Y con buena música os dejo, mientras me lo medito. Feliz domingo

 

jueves, 18 de octubre de 2012

Diez consejos profesionales para perder el miedo a hablar en público.

Excelente post de Manuel Gross, con licencia Creative Commons. Creo que no decepcionará a nadie

 
 

Enviado por Juanma a través de Google Reader:

 
 

vía Pensamiento Imaginactivo de Manuel Gross el 4/10/12

 

Public-Speaking-Anxiety.jpg

Los directivos y su miedo a hablar en público. 

Por Francisco Alcaide Hernández. 

El Arte de Presentar.  

 

He tenido la oportunidad de conversar con muchos directivos, y aunque sólo excepcionalmente lo revelan de manera clara, hay dos miedos que son recurrentes. El primero tiene que ver con un cierto recelo a la hora de tratar con periodistas, especialmente cuando la empresa aparece en los medios por cuestiones espinosas. El segundo miedo tiene que ver con una cierta aversión a hablar en público.

 

Hoy sólo me detengo en este último miedo y esbozo diez ideas al respecto:

 

1. Pedir ayuda no es ser débil

 

Hay una falsa percepción de los directivos como personas perfectas; gente exquisita y sin fisuras. Nada más lejos de la realidad. Los directivos, como todos, son seres humanos con inseguridades y miedos, y esa percepción general les genera fuertes presiones que les impiden avanzar. Se identifica pedir ayuda con ser débil, y para no dejar al desnudo sus carencias, buscan excusas para no dar la cara y así evitar tener que hablar en público. Sin embargo, hay ciertos mensajes que deben ser comunicados por los primeros espadas y no admiten delegación alguna.

 

Además, la acción alimenta la confianza; la pasividad y la indecisión, el miedo. Cada día que se elude el riesgo de hablar en público, el miedo engorda al comprobarse que uno no ha sido capaz de afrontar la situación. Decir no sé y solicitar ayuda es uno de los rasgos que distingue a las personas más inteligentes. A partir de ahí comienza la verdadera transformación.

 

2. La peor especie de enemigos es la de los aduladores

 

Tampoco los colaboradores ayudan mucho en este sentido. Pocos son los que se atreven a decir a su superior lo que realmente piensan: "Mire, jefe, es usted un tostón cuando habla en público". La comunicación es asimétrica, con una autoridad de por medio, lo que genera siempre respeto a una de las partes que no quiere poner en peligro su posición.

 

Para mejorar, la única opción es rodearse de colaboradores críticos y exigentes que puedan expresarse sin tapujos, y ello sólo es posible si se cultiva una variable: la confianza. Sólo entonces, la gente da su opinión sin temor a las consecuencias.

 

3. No hay mejor práctica que una buena teoría

 

Hablar en público no consiste en abrir la boca y soltar un rollo para salir del paso. Es una falta de respeto y profesionalidad hacia la gente que te dedica su tiempo. Hablar en público, como todo, tiene su técnica y método, tanto antes, como durante y después de la intervención. Hay que conocer el tipo de audiencia al que uno se dirige, el lugar de la exposición, la duración, el mensaje o los elementos audiovisuales, entre otros factores.

 

Cuanta más atención se preste a cada uno de los detalles, tanto mejor será el impacto. Para ello es recomendable leer lo que otros se han encargado de investigar y conceptualizar. Es cierto que la experiencia es la mejor escuela, pero cuando ésta se acompaña de estudio y reflexión, los resultados son siempre mejores.

 

4. Tanto inviertes, tanto ganas

 

La calidad de una presentación está en relación al esfuerzo empleado en prepararse. No hay mayor misterio. No sólo será mejor el contenido y el continente sino que además tendrás mayor seguridad en ti mismo al dejar menos elementos en manos del azar.

 

Cada presentación es una ocasión de impactar, tanto a nivel personal como profesional, por tanto, merece la pena no desaprovechar ese momento y dedicar tiempo a su preparación. Cuando una persona habla bien en público sale fortalecida la empresa a la que representa, el producto que vende o su propia imagen.

 

5. La repetición es la madre de la destreza

 

Ya lo decía Aristóteles: "Lo que tenemos que aprender, tenemos que aprender haciéndolo". La repetición es la madre de la destreza. Cada día que uno practica, mejora; cada día que no se hace, se pierde algo. El respeto a la audiencia, igual que el del actor al escenario, nunca desaparece. Siempre existen incertidumbres: nuevo público, nuevo emplazamiento, nuevo tema…

 

Es normal esa intranquilidad. ¿La clave? Como decía Jiddu Krishnamurti: "Haz lo que temes y el temor desaparecerá". El miedo no se derrota de una vez, sino ganándole terreno día a día, poquito a poco. Cada vez que lo afrontas, se diluye un poco.

 

6. La herramienta más poderosa: un buen feed–back

 

Nos cuesta mucho hacer autocrítica, pero es el único camino para seguir creciendo. Después de cada intervención hay que hacer análisis. Pide opinión a personas de tu confianza. Un feed–back honesto y hecho con tacto es lo mejor que le puede pasar a una persona para su desarrollo personal. Los grandes líderes se distinguen porque quieren saber la verdad. No niegan la realidad.

 

Hay dos preguntas que te permitirán avanzar mucho: ¿Qué nota me darías de 0 a 10? Y segunda: ¿Qué mejorarías para conseguir el 10? No tengas miedo a las respuestas. Si estás dispuesto a escuchar opiniones que no te gustan puedes llegar muy lejos. No te refugies en el orgullo y sé humilde.

 

7. Sé amable contigo mismo

 

Está bien exigirse a uno mismo, pero sin flagelarse. Como señala Anthony Robbins: "No importa cuántos errores cometas o lo despacio que progresas, todavía estás muy por delante de aquellos que ni lo intentan". Sí, hay cosas que mejorar, pero hoy estás más cerca de tu objetivo que ayer.

 

La vida es un proceso, nunca un estado. Lo importante es no parar. Siempre hay aristas que limar, pero lo relevante es la tendencia, ver que cada día evolucionas y creces un poco.

 

8. No te incomodes con las críticas

 

Con independencia de lo bien que lo hayas hecho, siempre habrá personas a las que no les guste tu intervención. Es ley de vida. En unas ocasiones serán cuestiones de fondo (lo que se dice) y en otras de forma (cómo se dice). Cada personalidad y cada estilo de speaker generan seguidores y detractores. Los hay directos y provocadores y otros más suaves y sutiles. Unos y otros generan reacciones de diversa índole.

 

En cualquier caso, lo peor es ser indiferente; alguien estándar; eso te sitúa en la media. Busca tu singularidad y dale forma. Haz de ella tu sello de identidad, para lo bueno y lo malo.

 

9. La sencillez es la virtud de los sabios

 

Hay una máxima que conviene no olvidar: "Entre dos explicaciones, elige la más clara; entre dos formas, la más elemental; entre dos expresiones, la más breve". Los mejores expertos se distinguen por su facilidad para expresar argumentos con sencillez. Y cuando más complejo sea el mensaje a transmitir, mayor la necesidad de hacerlo comprensible. Lo contrario es acariciar el Ego.

 

La sencillez también se manifiesta en la brevedad. Guy Kawaski apuntaba: "Nunca he visto una presentación demasiado corta". Hay pocos ponentes que se ajustan al tiempo asignado, y sin embargo, es la mayor muestra de consideración hacia la audiencia. Cuando se cumple, el público lo aprecia mucho.

 

10. Cosecha beneficios en múltiples áreas

 

Hacer el esfuerzo por hablar bien en público produce réditos en todos los ámbitos:

 

  • se gana credibilidad frente a terceros al ser más convincentes;
  • aumenta la autoestima, y la autoestima es un factor indispensable del éxito;
  • incrementa las posibilidades laborales porque en cualquier puesto de trabajo hay que hacer presentaciones;
  • engrasa las negociaciones facilitando su cierre al ser más persuasivos;
  • ayuda a la hora de vender al ser capaces de argumentar mejor; y, por último,
  • en tu vida personal aparecerás más atractivo a los ojos de los demás al dar sensación de seguridad en ti mismo.

 

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- En cada presentación haz algo para salirte de tu zona de confort

- ¿Cuál es el estado emocional que quieres para ti y para tu audiencia?

 

Diálogo abierto:

 

¿Cuáles crees que son los mayores obstáculos que afrontan los directivos para hablar en público?

 

…………….

 

oct 02 2012

by Gonzalo Álvarez Marañón

Esta entrada ha sido amablemente escrita por Francisco Alcaide Hernández, experto en Desarrollo Personal y Profesor de Habilidades Directivas de la Nebrija Business School. Su blog es uno de los más seguidos en el área de management y self-management. Es autor, sólo o en colaboración, de seis libros, el último de ellos Fast Good Management.

 

Licencia:

 

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Fuente: El Arte de Presentar  

Imagen: Public speaking anxiety  

 

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jueves, 12 de julio de 2012

Agradecimientos de una tesis...

Algeciras, 3,24 de la madrugada. Por fin he escrito el último capítulo, quizá el más duro (aunque nunca pensé que fuera así). Os dejo los agradecimientos de mi tesis, me apetece compartirlos con vosotros.

AGRADECIMIENTOS
Cuando comencé este trabajo de tesis leí algunos manuales básicos sobre metodología de elaboración de trabajos de doctorado. Cada uno hacía su especial énfasis en la dificultad mayor de éste o aquél apartado, y como conclusión además de aprender bastante de ellos he de decir en este párrafo inicial que ninguno acertó conmigo: la parte más difícil (aunque las más agradable por cierto) ha sido la de dar las gracias. Dar las gracias es un acto de justicia, pero requiere de esa memoria que en su endeblez puede ser traicionera y desleal, espero que aquellos a los que no cito no lo interpreten como desapego, quizá es que son demasiados, o yo demasiado agradecido (creo que esto último es menos probable…).

Este trabajo de tesis doctoral no habría sido posible sin la exquisita colaboración de los directores de tesis del mismo. Quiero agradecer desde estas páginas al Dr. D. Emilio Moreno Millán su continuo apoyo, las muy acertadas orientaciones, y la nada fácil tarea que ha tenido al evitar que me derrumbe en las múltiples vicisitudes que han ocurrido durante la escritura de esta tesis. Gracias a él me introduje en este mundo que ronda la gestión aderezada con la clínica y la epidemiología, adquiriendo, por su forma de presentarme las evidencias, un modo más integral y enriquecedor de la práctica médica y en especial, de su vertiente investigadora. Es difícil que estas breves palabras puedan mostrar todo el  agradecimiento que siento por él, en lo que respecta a este trabajo y, por supuesto, en lo personal.

En todo momento he contado con la ayuda, de magnitud indescriptible, del Dr. D. Indalecio Sánchez-Montesinos García quien además de suponer un elemento de ánimo e inspiración continua, ha facilitado toda la parte burocrática, formal y metodológica del presente trabajo, al tiempo que ha revisado el  manuscrito y hecho valiosísimas aportaciones al mismo. Hace muchos años alguien me dijo que un “profesor” enseñaba determinados contenidos, mientras que un “maestro” era aquel que enseñaba para la vida. Desde que asistí a las clases de D. Indalecio en primero de carrera me he honrado de disfrutar de su amistad y ha sido un modelo a imitar, aunque quizá esta dedicatoria sea la primera noticia que él tenga de ello. Hoy, uno de los motivos de mayor satisfacción al presentar este trabajo, es “devolver” en cierto modo toda aquella honestidad, caballerosidad y buen hacer que  me imbuyó, aunque haya sido con resultados a veces dispares.

Sería interminable la lista de personas a las que agradecer su colaboración en este trabajo. Salvador Peirò Moreno, quien sin conocer siquiera mi cara y a través del correo electrónico, mensajería (su adorado Skype), no dudó un momento en aclarar cuantas dudas le planteé  desde la inicial frialdad de una dirección de correo. He aprendido mucho de él, de sus trabajos y de sus consejos, pero sobre todo he aprendido dos cosas: que el camino trazado por otros es fuente indudable de conocimiento y experiencia a aprovechar, y que la generosidad de alguien a quien no se conoce personalmente puede ser muy superior a la de otros con los que uno se roza día a día en los pasillos.

Quiero también dar las gracias al Dr. D. Jesús Torío Durántez quien como director “oficioso” se ha brindado siempre a ayudarme especialmente con mi estilo “farragoso” de escritura y aportándome sus sabios consejos. Si hay un ejemplo en mi vida de cómo se puede llegar a querer a otro “maestro” duro, serio, pero a la vez el mejor de los amigos cuando ha  hecho falta, ése es el de Jesús, alguien con la misma capacidad para redactar con excelencia un manuscrito científico que para hacer el mejor Belén de la provincia. Gracias Jesús.

Por último en este apartado de dedicatorias en relación directa con el manuscrito, quiero agradecer la excepcional actitud y generosidad del Dr. D. Manuel Ruiz Bailén, quien corrigió el material realizando aportaciones de mucha valía, me animó de una forma que seguramente él ignora (pues en tanta estima le tengo que cada “OK” suyo era un empujón hacia el final del trabajo). Es otro claro ejemplo de médico y científico al que, sin tampoco conocer la cara, no ha dudado en leer, corregir, sugerir y en definitiva apoyarme, y por lo que estoy en perpetua deuda con él.  En el aspecto técnico de esta tesis seguro me dejo en el tintero a mucha gente, que espero sepan disculparme, pero la lista sería sin lugar a dudas, interminable.

No obstante, el territorio del “tesista” está revestido y rodeado de una red de personas que hacen que, día a día, la tarea sea sostenible y soportable, por ello quiero en este apartado mostrar mi agradecimiento a quienes en lo personal, han hecho posible este trabajo. Van al final, y no por ser menos, sino por  quedarme tranquilo en que no me ha de faltar espacio para tanto como les debo.

Maru, mi mujer, ha sido paciente y abnegada con esta actividad mía de tesista que tanto tiempo le ha robado y que no sé si alguna vez podré recompensarle. Sé que pese a los esfuerzos que este trabajo nos ha impuesto a todos como familia, a tantos ratos sustraídos a la pareja, la única queja que me ha brindado siempre ha sido la de mis desorganización –de todos conocida- y, por lo demás, ha sido fuente e inspiración para cada una de estas líneas. Espero que esta extraña forma mía de demostrarle amor (¡qué raro se hace decirle a alguien que se le quiere mediante un estudio epidemiológico¡) funcione, y creo que así será tanto en cuanto no me ha “despachado” ya por tanta merma personal como le he impuesto con este trabajo. Juanma y Maru, mis dos peques, son los reales herederos de esta tesis. Juanma aún guarda el primer borrador de la misma en un cajón de su escritorio de hombrecito de siete años, ella apenas si entiende de las largas horas que su padre pasa ante el ordenador y no en el parque jugando. Confío en que alguna  vez sepan perdonarme estos vacíos, que tenga tiempo aún para recuperarlos,  y cuando no esté, un tomo viejo en sus librerías les recuerde que además de quererles, les dediqué lo que sabía hacer, mejor o peor, pero con todo mi corazón.

Mi madre y hermanos no han sido ajenos a este trabajo, aunque sea por la pesadez de escucharme hablar de lo mismo hasta el hastío. Sé que mientras yo tecleaba confortable en mi despacho, ellos servían en el negocio familiar, sudando y sirviendo, caminando y corriendo. Un mundo distinto, pero del  que provengo, en el que aprendí el valor del esfuerzo y el calor de una familia. A ellos les debo lo bueno que pueda haber en mí y en este trabajo, lo malo…eso es sólo cosa mía.

Finalmente, pero quizá el más importante, mi padre. Fallecido de modo súbito hace  poco y al que no podría dedicar un párrafo como se merece, porque lo ha sido todo y me sigue acompañando. De él aprendí que las puertas del cielo están en la ilusión, la que puso en todo en la vida, la que me transmitió por el trabajo bien hecho. Quiero transcribir aquí unas palabras  escritas un año después de su muerte, a modo de homenaje, porque las fuerzas no me alcanzan para rememorar más dolor en esa pérdida: va por tí, PADRE

Hay guardias que se comienzan con un olor especial, otras tienen pequeños huecos que se rellenan de sonrisas y tristezas y algunas, afortunadamente las menos, se rellenan con puñales que jamás te abandonan.
Aquel 20 de septiembre, a media tarde, sonó el teléfono. Una mujer con voz desesperada decía que él no respiraba, estaba amoratado y la ambulancia no llegaba. Podía notarse la humedad de sus lágrimas cayendo sobre el micrófono del teléfono y llegando hasta mi auricular, humedeciendo mi mejilla.
El viejo maletín de emergencias, gris metalizado y relleno de ampollas, tubos endotraqueales y laringoscopio, abollado en alguna esquina de tantas carreras alocadas en dirección a la UCI o a observación, parecía mirarme diciendo «Abandona todo lo que tengas entre manos y corre, ¡corre!». Corrí, corrimos como locos en una carretera que seguía un trayecto serpenteante. La conocía bien. Pese a ello, nuestro destino parecía estar cada vez más lejos, pero no tanto como el de la ambulancia del centro de salud que tenía dificultades para localizar la ubicación de la finca.
Una vez que llegamos, lo vi. Varón, unos 60 años, inmóvil y con las mucosas y zonas acras azuladas por la cianosis. Reposaba en un sillón, plácida y, a la vez, cruelmente fallecido: no debía haber ocurrido hacía mucho y aquella maldita carretera no debió ser tan larga. Tantas cosas no debieron ser...
Del sillón al suelo frío de mármol, la piel aún caliente, las manchas de humedad en la frente, y la decisión alocada de «resucitar» como fuera aquel cuerpo inerte. Los libros nunca me enseñaron que los masajes cardíacos no deben hacerse a los muertos, tampoco me enseñaron que no se llora mientras se empuja el tórax de un paciente en ese movimiento maldito que indica que algo no puede ir peor. Aun así, lleno de rabia, impotencia y lágrimas, hice ese maldito masaje cardíaco, deslicé un tubo mediano a través de su garganta, inyecté adrenalina y atropina, primero en la carótida directamente, en la vía…  Las lágrimas no dejaban de caer sobre su frente inmóvil mientras yo masajeaba y la enfermera daba ambú y así unos largos 45 minutos, a sabiendas de que era mi primera y memorable resucitación cardiopulmonar a un cadáver.
Un ruido de coche se acercó con premura al terreno, venía ayuda. «Dos manos más, dos manos más...», gritaba mentalmente mientras continuaba las maniobras. La mujer y el hijo aguardaban a escasos metros, esperando que saliera de un momento a otro para confirmarles lo estéril de mis maniobras, esperando la frase que anunciara que todo había terminado mucho antes siquiera de llegar yo.
En un momento determinado, aquellas pupilas midriáticas como platos me miraron y me dijeron: «No es la atropina, es que me he marchado, me fui antes de que llegaras. Detente ya y cuidad de mi mujer». El monitor marcaba asistolia y con más lágrimas aún le dije a mi ayudante que lo dejara todo.
– ¿Cómo voy a dejarlo todo? –preguntó también con lágrimas en los ojos.
–Sí, se fue –acerté a decir quedamente.
Vomité todo lo que llevaba dentro sobre el viejo cubo de la cocina. A escasa distancia de aquel hediondo cubo, mi ayudante fumó junto a mí su primer cigarrillo después de años de abstinencia y, resignados, trasladamos el cuerpo envuelto en una sábana desde el suelo a una de las camas de la casa, donde esperamos al furgón que lo trasladó hasta el tanatorio.
No fui capaz de regresar a la cama donde yacía para retirar un anillo de su dedo, que me pidió su esposa. No fui capaz de darle un beso cuando salió de aquella fría sala con destino a su última morada. No fui capaz de tantas cosas...
Cada vez que oigo sonar el timbre que anuncia la llegada de un paciente crítico al hospital, vuelvo a sentir el temblor de manos de aquel día, el sudor me sigue embargando, aunque no las lágrimas –ya no me quedan–. Siempre me digo a mí mismo: «Después de aquello, pocas cosas aquí podrán ponerte nervioso ya», y suele funcionar, porque es verdad.
Cuando el furgón partió con el cuerpo, me acerqué a la familia; me abracé a mi madre y a mi hermano, y no hizo falta que pronunciara esas manidas palabras que usamos cuando alguien se nos va. Mi mujer aplastó la colilla de ese su primer cigarro tras largos años. Y sé que, esté donde esté, mi padre andará comentando orgulloso que su hijo lo dio todo por él (a él le perdono una mentira así). Yo sí que sé que no pude salvarle, que ese día sigue oliendo a olivas, las que él sembró allí, mezcladas con el sabor metálico del puñal que conservaré siempre dentro.
Hasta ahora, como médico, he descubierto muchas cosas, pero hay algo que vuelve una y otra vez a mi mente: sobrevivir a un hijo y no salvar a quien te dio la vida duele, duele mucho...

Juan Manuel García Torrecillas


domingo, 1 de julio de 2012

¿Abandonar el barco?



Son tiempos convulsos, de ataques frontales, de legítima defensa para los que estamos inmersos en el Titanic del mundo sanitario. Se proponen y se leen actitudes y comportamientos, por acción o por omisión, en defensa legítima de los intereses del personal sanitario y, como siempre, me asaltan las dudas.
No me gusta mantenerme al margen, ni me gustan aquellos que “estando en el escenario, no son más que decoraos” como dice la canción. No obstante, en este soliloquio en voz (o letra) alta se me plantean algunas dudas que no puedo dejar de exponer.

No escribiría este post si tuviera las ideas claras en todo, y no creo que nadie sea poseedor de la verdad absoluta en el matiz que paso a comentar. Vaya por delante que las actuaciones de la Administración sobre los sanitarios, y más concretamente sobre los sanitarios andaluces, me parecen impresentables y que merecen su justa respuesta. Respuesta sin dañar al paciente y en ello se está siendo exquisito por parte de todos los compañeros, pero respuesta efectiva, eficiente y contundente hacia aquellos que pretenden utilizar la tijera de nuevo sobre el funcionariado sanitario y mermar la atención a un sector importante de la población (inmigrantes, pensionistas, etc). En este sentido, mi máxima adhesión a los compañeros que tan dignamente defienden esta justa causa.

Recientemente una de las iniciativas tomadas en algunos centros hospitalarios Andaluces ha sido la dimisión más o menos masiva de los tutores de residentes. Me ha inquietado el blog de JA Prados en el que invita a ello, porque como persona de referencia en la Medicina (y concretamente en la de Familia), su opinión hay que tenerla en cuenta y sopesarla, tanto en cuanto viene de alguien con bastante crédito. Pese a ello….yo sigo con mis dudas.
Personalmente pienso que la Administración no ha tenido un especial cuidado o mimo con los médicos residentes. Hace ya años que lograron una discreta mejora salarial y siguen siendo un sector lábil y fácilmente dañable dentro de las estructuras sanitarias. La pregunta que me surge, como tutor, es sencilla ¿dónde puedo defender mejor a mis residentes?. Os juro que no tengo la respuesta y, como os dije, este soliloquio quizá me ayude a clarificar mis dudas.

Dejar la tutoría de residentes es dejarlos en manos de los jefes de las UGC y ello puede ser bueno o malo según quién sea el jefe de dicha unidad, claro que también dejarlos en manos de sus tutores puede ser tan bueno o malo como lo sea el propio tutor. Ante la dimisión del grupo de tutores pueden darse otras opciones poco apetecibles: nuevos tutores convocados con urgencia y con adhesión positivamente dudosa a la Administración, digamos, complacientes…., seguir bajo la tutela de los jefes de UGC (variabilidad como ya dije), o directamente la orfandad y la diseminación de los residentes o emigración hacia otros hospitales donde pueda asumirse la continuidad formativa si es que en sus centros de origen la orfandad es total. Este último es, sin lugar a dudas, el peor de los supuestos, entre otras cosas porque es poco viable ¿alguien se imagina a 300 o 3000 residentes emigrando de hospital en hospital a la caza de un tutor que le quiera adoptar?. Sinceramente creo que no se merecen esto y, con la misma sinceridad, creo que a los que mandan, les importaría un bledo.  La cuestión es: ¿podemos hacer algo desde nuestro puesto de tutor que permita la defensa de nuestra posición como sanitarios y al tiempo garantice que los residentes no van a ser los daños colaterales de esta “guerra”?. A ratos creo que sí.

Como veis, este no es un post que pretenda mostrar una opinión formada, sólo en fase de meditación, procurando evadirme a ratos del “calentón” de la batalla. Claro que como a muchos me gustaría mandarlo todo al santo carajo, pero cuando pienso en mis más de 40 residentes de Medicina de Familia, convocados en reunión, para decirles, aquí os quedáis, el capitán se larga…. me asaltan las dudas, muchas dudas.
Quizá muchos de mis compañeros tengan razón y ésta sea una medida de presión razonable y efectiva para hacer entrar a la Administración, quizá la tengan… de momento yo voy a seguir meditándolo unos días más, no lo tengo claro.
Alguno me llamará esquirol… sólo soy un médico que duda, y la duda siempre ha honrado a los médicos.

Mi solidario apoyo a los compañeros en casi todas las medidas adoptadas, pero permitidme que, este punto, me lo piense un poco más. Yo también he sido residente y nunca me sentí desamparado…
Feliz noche y…meditemos antes de hablar, sin comportamientos impulsivos… ¿abandona el capitán al barco mientras se hunde? ¿no lo abandona? ¿lo abandonamos creyendo que el barco no se hundirá?. Perdonadme que sea tan torpe como para tener estas dudas.