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domingo, 30 de diciembre de 2012

Un post de JM Bolivar: El Fin de los Empleados Forrest Gump


Esta entrada del siempre oportuno y  magnífico José Miguel Bolivar me ha dado que pensar. En esta mañana fría de pueblo, donde casi nadie se mueve por las calles aún, basta echar una ojeada para distinguir, desde la ventana, algún "Forrest Gump". 


En mi propósito de no dejar de escribir en el blog aunque fuera combinando lo original con lo prestado (eso sí, prestado con licencia y citando), aquí os dejo algo que creo os gustará. 


Feliz Navidad a todos 



El Fin de los Empleados Forrest Gump
 
de 


Todos sabemos que un gran porcentaje de los directivos no lee  y que, como además están “tocados por Dios “, tampoco necesitan aprender ni participar en actividad alguna de formación.
Para estos directivos, lo “moderno”, al menos en temas de gestión, es, como mínimo, sospechoso y, con mucha probabilidad, peligroso. Tú y yo sabemos que “moderno” es unconcepto relativo que abarca cada vez un trozo de Historia más breve pero, para este tipo de directivos, “moderno” es algo posterior a cuando ellos estudiaron, que generalmente fue la última vez que leyeron un libro.

Cuando las cosas van bien, estos directivos no tienen inconveniente en flirtear con la modernidad porque, en el fondo, ser moderno es “cool”. Pero cuando la situación se complica hay que dejarse de tonterías y volver rápidamente a la zona de confort.
“Zona de confort” para el directivo del que hablamos significa “Taylorismo “, el método de organización científica del trabajo de la Revolución Industrial (1911).
El problema es que el Taylorismo es veneno para el trabajo del conocimiento, no solo porque ataca directamente la capacidad de las personas para juzgar y decidir y porque se apoya en el monopolio del conocimiento por parte de una oligarquía organizativa sino, sobre todo, porque desconfía de las personas.
Creo que la frase “¿por qué cuando pido dos brazos me traen también una cabeza?“, atribuida a Frederick W. Taylor, ejemplifica a la perfección el entorno organizativo del que hablamos.
Un entorno en el que el “trabajador ideal” es aquélla persona que se limita a hacer lo que le dicen, de la manera más rápida y eficiente posible, sin cuestionarse nunca lo que le ordenan, sin plantearse si tiene o no sentido, si se podría hacer de una forma alternativa o, por qué no, si podría dejar de hacerse. Definitivamente, al “trabajador ideal” del Taylorismo no le pagan por pensar.
Me parece que este pasaje de la película “Forrest Gump “, si el protagonista fuera un empleado en lugar de un soldado, reflejaría bastante bien lo que sería un magnífico ejemplo de perfección taylorista.
Sin embargo, a día de hoy y en plena Era de la Información , cada vez son más las organizaciones cuyo “core business ” depende de forma creciente del trabajo del conocimiento. A pesar de ello hay organizaciones que todavía prefieren empleados “Forrest Gump” (y personas a las que resulta cómodo comportarse así). ¿Cómo es esto posible? Más allá de la habitual resistencia al cambio, ¿por qué es tan lento el ritmo de evolución? Son varios los autores, entre ellos Gary Hamel , que apuntan posibles respuestas a esta pregunta.
Es indudable que para el mando intermedio tipo, el empleado “Forrest Gump” resulta extremadamente cómodo de gestionar pero creo que ese no es el motivo o, al menos, no es el único ni el más relevante por el que las cosas avanzan tan despacio.
¿Qué, o quién, hace posible que sigan existiendo empleados “Forrest Gump” en las organizaciones? ¿Conoces muchas organizaciones en las que siga teniendo sentido este tipo de empleados, si es que alguna vez lo ha tenido? ¿Qué consecuencias crees que tiene para las organizaciones cuyo futuro depende del trabajo del conocimiento que sigan existiendo en ellas empleados “Forrest Gump”? ¿Qué ganarían esas organizaciones con la desaparición de este tipo de empleados?
Y, sobre todo, ¿quiénes ganan con la situación actual, o dicho en otras palabras, quiénes pierden con el fin de los empleados “Forrest Gump”?
Hagan juego, señor@s. Hagan juego…

optimainfinito rss El Fin de los Empleados Forrest Gump Este artículo, El Fin de los Empleados Forrest Gump , escrito por José Miguel Bolívar y publicado originalmente en Optima Infinito , está licenciado para su uso bajo una Licencia Creative Commons 3.0 España .


domingo, 16 de diciembre de 2012

Luis


Querido padre:

Desde que tú y yo pasamos lo nuestro, desde aquel aciago día, siempre pensé que pocas situaciones me dejarían sin habla y con el corazón en un puño, como si al irte me hubieras dejado esa vacuna que tanto duele, puesta entre los labios. Estaba equivocado.

3 de la madrugada. Un mujer que no llega  a los 60, casi como tú. Desplomada sobre la mesa de críticos, la mirada desconjugada y perdida, la nuca rígida, el ronquido de los que tienen planeado irse antes que después. Tumor cerebral maligno, que ha ido capeando entre manoletinas y tangos viejos, como ha podido, con la ayuda del más pequeño de los cinco hijos, Luis, quien desde los 14 hasta los 16 años que tiene ahora, ha sido y es,  sus pies y sus manos…

Carrera frenética y sin sentido hacia el TAC, para encontrar lo esperado. El asesino ha sangrado, rociando ventrículos, hasta el cuarto, como los toros malos. A su paso ha desplazado los tallos grises, ha herniado parte del bosque, como un pirómano por sorpresa. Subfalcial dice el radiólogo y… “menudo cabrón” pienso, con la vista en el tumor sangrante que se derrama por dentro.
Nada que hacer. Llamadas estúpidas de madrugada para afrontar los miedos, para no sentir la soledad sin respaldo de informar que “hasta aquí hemos llegado” chicos, no hay más. El cirujano, con la voz adormilada al teléfono y tras ver paciente e imágenes confirma lo obvio, carece de sentido hacer cualquier intento. El intensivista se remueve inquieto, “nada que hacer, lo siento”. Torea chaval, con tu especialidad de médico de trincheras, con tu aplomo que se ha ido hace rato vete a saber tú dónde, torea chaval, que son cinco los hijos, informa, el ruedo espera.

Preguntas y respuestas. Miradas, cruces de ojos y lamentos. Llantos apagados y cuerpos que se apoyan unos contra otros. No hay quirófano, no hay UCI, hay observación, hay que paliar, consolar y reconfortar. Médicamente hay casi la nada, humanamente hay que torear como aquel 20 de septiembre, salir al ruedo, sin llorar, y torear…
-Hable con Luisito –me pide el mayor de los cinco-. – Tiene 16 años, lleva dos encerrado en casa, cambiando pañales y aseando a mamá, los mismos dos años desde que dejó el colegio para dedicarse por entero a ella, desde que se le paralizó medio cuerpo y se lo hace todo encima. Hace cinco años perdimos también a nuestro padre. Los hermanos estamos regularmente avenidos, él es quien lo va a pasar peor…
Luis es rubio, de complexión tirando a gruesa. Gafas de pasta sobre ojos inteligentes, mirada aviesa y perdida, forzada hacia abajo, no queriendo sostener la mía. No sabe que soy yo quien no soy capaz de mirarle a los ojos. - ¿Y ahora que voy a hacer yo? –dice una y otra vez entre sollozos y lágrimas que caen por esos mofletes sonrosados-. Se seca las lágrimas con manos curtidas de dermatitis y callos…no son manos de 16 años.
-Me han dejado sólo. Primero mi padre, se fue hace años. Ahora se me va ella. -¿Qué voy a hacer yo?
Le miro sentado en la silla, con ese corpachón de tío hecho y derecho pese a su edad. No sé qué decirle pero me parece ver a mi hijo y por un instante pienso qué le gustaría a él oír si le tocara ese número en la rifa.
–Luis, has sido un hijo con arrestos de regimiento al completo, un tío hecho y derecho que no se ha rajado ni en éste que es de los peores momentos. Es hora de cambiar los pañales por hacer piña, por hacer familia. Esos cuatro hermanos de ahí fuera, distantes, necesitan un hombre que los una, con dos pelotas por bandera, y este tío eres tú. Te ha tocado la china Luis, te han jodido y bien, pero eres la única esperanza de lo que queda de tu familia y te toca hundirte esta noche y llorar como un crío para sacar después los hígados y echar a torear, como al final toreamos algunos.

Luis se aleja llorando, pero derecho y erguido por el pasillo. Enfila sala de espera y el niño de los pañales susurra al resto: “yo me quedo hasta el final, ¿alguno más?”.

5 am. Termino de escribir al volapié estas letras, las envío al blog para que mañana tú puedas leer que los hay más tristes, desdichados y si cabe con más higadillas. En este trabajo sobran los listos y faltan los hombres, con o sin Dios, aquellos que como yo, jamás llegaremos a la altura de este Luis, con su dermatitis, sus manos de obrero, sus pañales y sus lágrimas de 16 años.

Almería, 5 de la madrugada del 17 de Diciembre de 2012