Pasadas las dos de la madrugada las cosas parecen tener otro
color, incluso parecen oler de otro modo y quisiera, por un instante, poder
transmitir, ser capaz de hacer llegar esa tonalidad especial que desprenden.
La madrugada es una espacio de silencios, donde todo lo
grande queda amortiguado tras el día, donde todo lo minúsculo
queda ampliado como si yaciera bajo una lente subjetiva, bajo unas neuronas
caprichosas capaces de brindarles alma y voz, cantos a los silencios.
Es justo en este momento cuando te dispones a hacer nuevos
planes para el próximo día,
incluso, atrevido tú, para el futuro inmediato. De repente, tu mente se ve
abordada por una especie de euforia entre estúpida y desmesurada, como si todo
fuera posible, como si este ir y venir del viento alocado en tu cabeza fuera a durar hasta mañana. Te duermes con
mil y uno proyectos, con varias nuevas ideas, con todo a medio diseñar, con la
confianza de que en las primeras claras del día todo siga igual, pero no…
sencillamente es un volver a empezar.
Quién no se
ha acostado con la cabeza como una hervidero de ideas y grandes despropósitos
que parecen perfectamente reales, factibles pese al adorno, dignos casi de un
genio… para acabar despertando en el cuerpo de
un simple mortal y ver cómo las brillantes ideas de la noche anterior se
derraman a la luz de la ventana, cayendo indómitas e irresolubles, mientras te
sonríes a ti mismo y te confiesas: “cómo pude haber pensado que lo anoche era
posible…”.
Pero así es la
vida amigo, así discurre todo, en un devenir de fantasías alocadas, de
ilusiones que en su mayor parte no se harán realidad, pero discurren, viajan,
serpentean por tu mente. Y en ese breve
trayecto, que parece durar horas,dentro de tus recónditos circuitos
neuronales,te hacen feliz. ¡Qué diantres¡ ¡Qué más da si esos minutos se me
antojan horas y me propician un sueño dulcemente agitado¡
Llega el nuevo día.
Nuevos frentes, nuevos retos pero nada parecido a lo elucubrado la noche
anterior. Me pierdo en ellos y tan sólo una idea me ronda la cabeza. Quiero que
el día discurra entre pequeños vericuetos útiles, lo justo para que llegue la
noche con sus grandes planes, la madrugada me invada con sus alocadas ideas y,
de nuevo, pueda ser yo entre las sábanas y esa euforia que me arranca la
sonrisa en sueños.