Querido padre:
Desde que tú y yo pasamos lo nuestro,
desde aquel aciago día, siempre pensé que pocas situaciones me dejarían sin
habla y con el corazón en un puño, como si al irte me hubieras dejado esa
vacuna que tanto duele, puesta entre los labios. Estaba equivocado.
3 de la madrugada. Un
mujer que no llega a los 60, casi como
tú. Desplomada sobre la mesa de críticos, la mirada desconjugada y perdida, la
nuca rígida, el ronquido de los que tienen planeado irse antes que después.
Tumor cerebral maligno, que ha ido capeando entre manoletinas y tangos viejos,
como ha podido, con la ayuda del más pequeño de los cinco hijos, Luis, quien
desde los 14 hasta los 16 años que tiene ahora, ha sido y es, sus pies y sus manos…
Carrera frenética y sin sentido hacia el TAC,
para encontrar lo esperado. El asesino ha sangrado, rociando ventrículos, hasta
el cuarto, como los toros malos. A su paso ha desplazado los tallos grises, ha
herniado parte del bosque, como un pirómano por sorpresa. Subfalcial dice el
radiólogo y… “menudo cabrón” pienso, con la vista en el tumor sangrante que se
derrama por dentro.
Nada que hacer. Llamadas estúpidas de madrugada
para afrontar los miedos, para no sentir la soledad sin respaldo de informar
que “hasta aquí hemos llegado” chicos, no hay más. El cirujano, con la voz
adormilada al teléfono y tras ver paciente e imágenes confirma lo obvio, carece
de sentido hacer cualquier intento. El intensivista se remueve inquieto, “nada
que hacer, lo siento”. Torea chaval, con tu especialidad de médico de
trincheras, con tu aplomo que se ha ido hace rato vete a saber tú dónde, torea
chaval, que son cinco los hijos, informa, el ruedo espera.
Preguntas y respuestas. Miradas, cruces de
ojos y lamentos. Llantos apagados y cuerpos que se apoyan unos contra otros. No
hay quirófano, no hay UCI, hay observación, hay que paliar, consolar y
reconfortar. Médicamente hay casi la nada, humanamente hay que torear como
aquel 20 de septiembre, salir al ruedo, sin llorar, y torear…
-Hable con Luisito –me pide el mayor de
los cinco-. – Tiene 16 años, lleva dos encerrado en casa, cambiando pañales y
aseando a mamá, los mismos dos años desde que dejó el colegio para dedicarse
por entero a ella, desde que se le paralizó medio cuerpo y se lo hace todo
encima. Hace cinco años perdimos también a nuestro padre. Los hermanos estamos
regularmente avenidos, él es quien lo va a pasar peor…
Luis es rubio, de complexión tirando a
gruesa. Gafas de pasta sobre ojos inteligentes, mirada aviesa y perdida,
forzada hacia abajo, no queriendo sostener la mía. No sabe que soy yo quien no
soy capaz de mirarle a los ojos. - ¿Y ahora que voy a hacer yo? –dice una y
otra vez entre sollozos y lágrimas que caen por esos mofletes sonrosados-. Se
seca las lágrimas con manos curtidas de dermatitis y callos…no son manos de 16
años.
-Me han dejado sólo. Primero mi padre, se
fue hace años. Ahora se me va ella. -¿Qué voy a hacer yo?
Le miro sentado en la silla, con ese
corpachón de tío hecho y derecho pese a su edad. No sé qué decirle pero me
parece ver a mi hijo y por un instante pienso qué le gustaría a él oír si le
tocara ese número en la rifa.
–Luis, has sido un hijo con arrestos de
regimiento al completo, un tío hecho y derecho que no se ha rajado ni en éste
que es de los peores momentos. Es hora de cambiar los pañales por hacer piña,
por hacer familia. Esos cuatro hermanos de ahí fuera, distantes, necesitan un
hombre que los una, con dos pelotas por bandera, y este tío eres tú. Te ha
tocado la china Luis, te han jodido y bien, pero eres la única esperanza de lo
que queda de tu familia y te toca hundirte esta noche y llorar como un crío
para sacar después los hígados y echar a torear, como al final toreamos
algunos.
Luis se aleja llorando, pero derecho y
erguido por el pasillo. Enfila sala de espera y el niño de los pañales susurra
al resto: “yo me quedo hasta el final, ¿alguno más?”.
5 am. Termino de
escribir al volapié estas letras, las envío al blog para que mañana tú puedas
leer que los hay más tristes, desdichados y si cabe con más higadillas. En este
trabajo sobran los listos y faltan los hombres, con o sin Dios, aquellos que
como yo, jamás llegaremos a la altura de este Luis, con su dermatitis, sus
manos de obrero, sus pañales y sus lágrimas de 16 años.
Almería, 5 de la madrugada del 17 de
Diciembre de 2012
Juanma me has hecho sentir el frío escozor de las puñaladas que da la vida. Supongo que las personas no sólo crecen al cumplir años sino que crecen y se hacen mayores al hacerles frente al dolor y mirarlo a los ojos. Luis ya ha crecido y quizás algún día recuerde que en esta aciaga noche tu estuvistes junto a él y le ayudastes a dar el último estirón.
ResponderEliminarGracias Seba. La verdad es que ha sido una experiencia tan dura como espero que útil. Siempre es un lujo contar tus comentarios y tu sensata opinión. Un abrazo amigo.
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