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domingo, 30 de diciembre de 2012

Un post de JM Bolivar: El Fin de los Empleados Forrest Gump


Esta entrada del siempre oportuno y  magnífico José Miguel Bolivar me ha dado que pensar. En esta mañana fría de pueblo, donde casi nadie se mueve por las calles aún, basta echar una ojeada para distinguir, desde la ventana, algún "Forrest Gump". 


En mi propósito de no dejar de escribir en el blog aunque fuera combinando lo original con lo prestado (eso sí, prestado con licencia y citando), aquí os dejo algo que creo os gustará. 


Feliz Navidad a todos 



El Fin de los Empleados Forrest Gump
 
de 


Todos sabemos que un gran porcentaje de los directivos no lee  y que, como además están “tocados por Dios “, tampoco necesitan aprender ni participar en actividad alguna de formación.
Para estos directivos, lo “moderno”, al menos en temas de gestión, es, como mínimo, sospechoso y, con mucha probabilidad, peligroso. Tú y yo sabemos que “moderno” es unconcepto relativo que abarca cada vez un trozo de Historia más breve pero, para este tipo de directivos, “moderno” es algo posterior a cuando ellos estudiaron, que generalmente fue la última vez que leyeron un libro.

Cuando las cosas van bien, estos directivos no tienen inconveniente en flirtear con la modernidad porque, en el fondo, ser moderno es “cool”. Pero cuando la situación se complica hay que dejarse de tonterías y volver rápidamente a la zona de confort.
“Zona de confort” para el directivo del que hablamos significa “Taylorismo “, el método de organización científica del trabajo de la Revolución Industrial (1911).
El problema es que el Taylorismo es veneno para el trabajo del conocimiento, no solo porque ataca directamente la capacidad de las personas para juzgar y decidir y porque se apoya en el monopolio del conocimiento por parte de una oligarquía organizativa sino, sobre todo, porque desconfía de las personas.
Creo que la frase “¿por qué cuando pido dos brazos me traen también una cabeza?“, atribuida a Frederick W. Taylor, ejemplifica a la perfección el entorno organizativo del que hablamos.
Un entorno en el que el “trabajador ideal” es aquélla persona que se limita a hacer lo que le dicen, de la manera más rápida y eficiente posible, sin cuestionarse nunca lo que le ordenan, sin plantearse si tiene o no sentido, si se podría hacer de una forma alternativa o, por qué no, si podría dejar de hacerse. Definitivamente, al “trabajador ideal” del Taylorismo no le pagan por pensar.
Me parece que este pasaje de la película “Forrest Gump “, si el protagonista fuera un empleado en lugar de un soldado, reflejaría bastante bien lo que sería un magnífico ejemplo de perfección taylorista.
Sin embargo, a día de hoy y en plena Era de la Información , cada vez son más las organizaciones cuyo “core business ” depende de forma creciente del trabajo del conocimiento. A pesar de ello hay organizaciones que todavía prefieren empleados “Forrest Gump” (y personas a las que resulta cómodo comportarse así). ¿Cómo es esto posible? Más allá de la habitual resistencia al cambio, ¿por qué es tan lento el ritmo de evolución? Son varios los autores, entre ellos Gary Hamel , que apuntan posibles respuestas a esta pregunta.
Es indudable que para el mando intermedio tipo, el empleado “Forrest Gump” resulta extremadamente cómodo de gestionar pero creo que ese no es el motivo o, al menos, no es el único ni el más relevante por el que las cosas avanzan tan despacio.
¿Qué, o quién, hace posible que sigan existiendo empleados “Forrest Gump” en las organizaciones? ¿Conoces muchas organizaciones en las que siga teniendo sentido este tipo de empleados, si es que alguna vez lo ha tenido? ¿Qué consecuencias crees que tiene para las organizaciones cuyo futuro depende del trabajo del conocimiento que sigan existiendo en ellas empleados “Forrest Gump”? ¿Qué ganarían esas organizaciones con la desaparición de este tipo de empleados?
Y, sobre todo, ¿quiénes ganan con la situación actual, o dicho en otras palabras, quiénes pierden con el fin de los empleados “Forrest Gump”?
Hagan juego, señor@s. Hagan juego…

optimainfinito rss El Fin de los Empleados Forrest Gump Este artículo, El Fin de los Empleados Forrest Gump , escrito por José Miguel Bolívar y publicado originalmente en Optima Infinito , está licenciado para su uso bajo una Licencia Creative Commons 3.0 España .


domingo, 16 de diciembre de 2012

Luis


Querido padre:

Desde que tú y yo pasamos lo nuestro, desde aquel aciago día, siempre pensé que pocas situaciones me dejarían sin habla y con el corazón en un puño, como si al irte me hubieras dejado esa vacuna que tanto duele, puesta entre los labios. Estaba equivocado.

3 de la madrugada. Un mujer que no llega  a los 60, casi como tú. Desplomada sobre la mesa de críticos, la mirada desconjugada y perdida, la nuca rígida, el ronquido de los que tienen planeado irse antes que después. Tumor cerebral maligno, que ha ido capeando entre manoletinas y tangos viejos, como ha podido, con la ayuda del más pequeño de los cinco hijos, Luis, quien desde los 14 hasta los 16 años que tiene ahora, ha sido y es,  sus pies y sus manos…

Carrera frenética y sin sentido hacia el TAC, para encontrar lo esperado. El asesino ha sangrado, rociando ventrículos, hasta el cuarto, como los toros malos. A su paso ha desplazado los tallos grises, ha herniado parte del bosque, como un pirómano por sorpresa. Subfalcial dice el radiólogo y… “menudo cabrón” pienso, con la vista en el tumor sangrante que se derrama por dentro.
Nada que hacer. Llamadas estúpidas de madrugada para afrontar los miedos, para no sentir la soledad sin respaldo de informar que “hasta aquí hemos llegado” chicos, no hay más. El cirujano, con la voz adormilada al teléfono y tras ver paciente e imágenes confirma lo obvio, carece de sentido hacer cualquier intento. El intensivista se remueve inquieto, “nada que hacer, lo siento”. Torea chaval, con tu especialidad de médico de trincheras, con tu aplomo que se ha ido hace rato vete a saber tú dónde, torea chaval, que son cinco los hijos, informa, el ruedo espera.

Preguntas y respuestas. Miradas, cruces de ojos y lamentos. Llantos apagados y cuerpos que se apoyan unos contra otros. No hay quirófano, no hay UCI, hay observación, hay que paliar, consolar y reconfortar. Médicamente hay casi la nada, humanamente hay que torear como aquel 20 de septiembre, salir al ruedo, sin llorar, y torear…
-Hable con Luisito –me pide el mayor de los cinco-. – Tiene 16 años, lleva dos encerrado en casa, cambiando pañales y aseando a mamá, los mismos dos años desde que dejó el colegio para dedicarse por entero a ella, desde que se le paralizó medio cuerpo y se lo hace todo encima. Hace cinco años perdimos también a nuestro padre. Los hermanos estamos regularmente avenidos, él es quien lo va a pasar peor…
Luis es rubio, de complexión tirando a gruesa. Gafas de pasta sobre ojos inteligentes, mirada aviesa y perdida, forzada hacia abajo, no queriendo sostener la mía. No sabe que soy yo quien no soy capaz de mirarle a los ojos. - ¿Y ahora que voy a hacer yo? –dice una y otra vez entre sollozos y lágrimas que caen por esos mofletes sonrosados-. Se seca las lágrimas con manos curtidas de dermatitis y callos…no son manos de 16 años.
-Me han dejado sólo. Primero mi padre, se fue hace años. Ahora se me va ella. -¿Qué voy a hacer yo?
Le miro sentado en la silla, con ese corpachón de tío hecho y derecho pese a su edad. No sé qué decirle pero me parece ver a mi hijo y por un instante pienso qué le gustaría a él oír si le tocara ese número en la rifa.
–Luis, has sido un hijo con arrestos de regimiento al completo, un tío hecho y derecho que no se ha rajado ni en éste que es de los peores momentos. Es hora de cambiar los pañales por hacer piña, por hacer familia. Esos cuatro hermanos de ahí fuera, distantes, necesitan un hombre que los una, con dos pelotas por bandera, y este tío eres tú. Te ha tocado la china Luis, te han jodido y bien, pero eres la única esperanza de lo que queda de tu familia y te toca hundirte esta noche y llorar como un crío para sacar después los hígados y echar a torear, como al final toreamos algunos.

Luis se aleja llorando, pero derecho y erguido por el pasillo. Enfila sala de espera y el niño de los pañales susurra al resto: “yo me quedo hasta el final, ¿alguno más?”.

5 am. Termino de escribir al volapié estas letras, las envío al blog para que mañana tú puedas leer que los hay más tristes, desdichados y si cabe con más higadillas. En este trabajo sobran los listos y faltan los hombres, con o sin Dios, aquellos que como yo, jamás llegaremos a la altura de este Luis, con su dermatitis, sus manos de obrero, sus pañales y sus lágrimas de 16 años.

Almería, 5 de la madrugada del 17 de Diciembre de 2012



domingo, 21 de octubre de 2012

Lo siento por la confianza…

 

Sentir que se destroza la confianza que has depositado durante años en algunos colectivos o personas, es, a qué negarlo una gran putada, como mínimo da para un estadillo de blog, o como dicen los más snobs, un “post”.

Hay ocasiones en las que, como decía mi viejo amigo Pepe, es mejor hacer como los buenos toreros: “parar y templar” y, justamente eso hago yo hoy. Ahora mismo no sé si seguir al frente de la tutoría de residentes es lo mejor (ni para mí ni para ellos). Tampoco tengo en absoluto claro si mis residentes están contando con un tutor a la altura de las circunstancias o, por contra, soy yo el que sigue creyendo que los residentes son de la pasta que eran, y los tiempos han cambiado… sinceramente, no lo sé.

Las decisiones en caliente nunca son una buena estrategia, lo tengo claro. Por este motivo me voy a dar un pequeño plazo de reflexión, básicamente hasta la incorporación de los nuevos R1. En este periodo intentaré hacer balance de lo que doy y lo que ellos dan a cambio. Las cuentas son las cuentas, ya veremos qué resulta de todo esto. Puede ocurrir, es probable, que sea yo el que no de lo suficiente.

Esta labor, que suele ser callada, a veces poco productiva y casi siempre poco reconocida, suele ocupar una parte no desdeñable de mi vida laboral pero también de la familiar. Reacciones, comportamientos y actitudes de personas en general (residentes, adjuntos, directivos, etc….) me obligan a plantearme este puñetero dilema y a tener que afrontarlo en breve. Quizá sigo en el limbo, recordando cuando daba las gracias porque de madrugada un adjunto me llamaba para enseñarme un caso curioso, una rareza. Quizá echo en falta cuando me mandaban de vuelta a mi consulta a corregir una historia clínica mal hecha, o incompleta. Quizá…quizá me haya suavizado con los tiempos y haya olvidado la máxima de que ser un buen tutor no tiene por qué significar ser un amigo para todos. El tiro va errado y torcido, no es nuevo, como veis, hay mucho que pensar.

Mientras tanto, seguiré escribiendo, tratando de publicar algo en lo que me gusta, trabajando según pueda y me dejen las jodidas circunstancias que nos están tocando vivir a todos. Y con buena música os dejo, mientras me lo medito. Feliz domingo

 

jueves, 18 de octubre de 2012

Diez consejos profesionales para perder el miedo a hablar en público.

Excelente post de Manuel Gross, con licencia Creative Commons. Creo que no decepcionará a nadie

 
 

Enviado por Juanma a través de Google Reader:

 
 

vía Pensamiento Imaginactivo de Manuel Gross el 4/10/12

 

Public-Speaking-Anxiety.jpg

Los directivos y su miedo a hablar en público. 

Por Francisco Alcaide Hernández. 

El Arte de Presentar.  

 

He tenido la oportunidad de conversar con muchos directivos, y aunque sólo excepcionalmente lo revelan de manera clara, hay dos miedos que son recurrentes. El primero tiene que ver con un cierto recelo a la hora de tratar con periodistas, especialmente cuando la empresa aparece en los medios por cuestiones espinosas. El segundo miedo tiene que ver con una cierta aversión a hablar en público.

 

Hoy sólo me detengo en este último miedo y esbozo diez ideas al respecto:

 

1. Pedir ayuda no es ser débil

 

Hay una falsa percepción de los directivos como personas perfectas; gente exquisita y sin fisuras. Nada más lejos de la realidad. Los directivos, como todos, son seres humanos con inseguridades y miedos, y esa percepción general les genera fuertes presiones que les impiden avanzar. Se identifica pedir ayuda con ser débil, y para no dejar al desnudo sus carencias, buscan excusas para no dar la cara y así evitar tener que hablar en público. Sin embargo, hay ciertos mensajes que deben ser comunicados por los primeros espadas y no admiten delegación alguna.

 

Además, la acción alimenta la confianza; la pasividad y la indecisión, el miedo. Cada día que se elude el riesgo de hablar en público, el miedo engorda al comprobarse que uno no ha sido capaz de afrontar la situación. Decir no sé y solicitar ayuda es uno de los rasgos que distingue a las personas más inteligentes. A partir de ahí comienza la verdadera transformación.

 

2. La peor especie de enemigos es la de los aduladores

 

Tampoco los colaboradores ayudan mucho en este sentido. Pocos son los que se atreven a decir a su superior lo que realmente piensan: "Mire, jefe, es usted un tostón cuando habla en público". La comunicación es asimétrica, con una autoridad de por medio, lo que genera siempre respeto a una de las partes que no quiere poner en peligro su posición.

 

Para mejorar, la única opción es rodearse de colaboradores críticos y exigentes que puedan expresarse sin tapujos, y ello sólo es posible si se cultiva una variable: la confianza. Sólo entonces, la gente da su opinión sin temor a las consecuencias.

 

3. No hay mejor práctica que una buena teoría

 

Hablar en público no consiste en abrir la boca y soltar un rollo para salir del paso. Es una falta de respeto y profesionalidad hacia la gente que te dedica su tiempo. Hablar en público, como todo, tiene su técnica y método, tanto antes, como durante y después de la intervención. Hay que conocer el tipo de audiencia al que uno se dirige, el lugar de la exposición, la duración, el mensaje o los elementos audiovisuales, entre otros factores.

 

Cuanta más atención se preste a cada uno de los detalles, tanto mejor será el impacto. Para ello es recomendable leer lo que otros se han encargado de investigar y conceptualizar. Es cierto que la experiencia es la mejor escuela, pero cuando ésta se acompaña de estudio y reflexión, los resultados son siempre mejores.

 

4. Tanto inviertes, tanto ganas

 

La calidad de una presentación está en relación al esfuerzo empleado en prepararse. No hay mayor misterio. No sólo será mejor el contenido y el continente sino que además tendrás mayor seguridad en ti mismo al dejar menos elementos en manos del azar.

 

Cada presentación es una ocasión de impactar, tanto a nivel personal como profesional, por tanto, merece la pena no desaprovechar ese momento y dedicar tiempo a su preparación. Cuando una persona habla bien en público sale fortalecida la empresa a la que representa, el producto que vende o su propia imagen.

 

5. La repetición es la madre de la destreza

 

Ya lo decía Aristóteles: "Lo que tenemos que aprender, tenemos que aprender haciéndolo". La repetición es la madre de la destreza. Cada día que uno practica, mejora; cada día que no se hace, se pierde algo. El respeto a la audiencia, igual que el del actor al escenario, nunca desaparece. Siempre existen incertidumbres: nuevo público, nuevo emplazamiento, nuevo tema…

 

Es normal esa intranquilidad. ¿La clave? Como decía Jiddu Krishnamurti: "Haz lo que temes y el temor desaparecerá". El miedo no se derrota de una vez, sino ganándole terreno día a día, poquito a poco. Cada vez que lo afrontas, se diluye un poco.

 

6. La herramienta más poderosa: un buen feed–back

 

Nos cuesta mucho hacer autocrítica, pero es el único camino para seguir creciendo. Después de cada intervención hay que hacer análisis. Pide opinión a personas de tu confianza. Un feed–back honesto y hecho con tacto es lo mejor que le puede pasar a una persona para su desarrollo personal. Los grandes líderes se distinguen porque quieren saber la verdad. No niegan la realidad.

 

Hay dos preguntas que te permitirán avanzar mucho: ¿Qué nota me darías de 0 a 10? Y segunda: ¿Qué mejorarías para conseguir el 10? No tengas miedo a las respuestas. Si estás dispuesto a escuchar opiniones que no te gustan puedes llegar muy lejos. No te refugies en el orgullo y sé humilde.

 

7. Sé amable contigo mismo

 

Está bien exigirse a uno mismo, pero sin flagelarse. Como señala Anthony Robbins: "No importa cuántos errores cometas o lo despacio que progresas, todavía estás muy por delante de aquellos que ni lo intentan". Sí, hay cosas que mejorar, pero hoy estás más cerca de tu objetivo que ayer.

 

La vida es un proceso, nunca un estado. Lo importante es no parar. Siempre hay aristas que limar, pero lo relevante es la tendencia, ver que cada día evolucionas y creces un poco.

 

8. No te incomodes con las críticas

 

Con independencia de lo bien que lo hayas hecho, siempre habrá personas a las que no les guste tu intervención. Es ley de vida. En unas ocasiones serán cuestiones de fondo (lo que se dice) y en otras de forma (cómo se dice). Cada personalidad y cada estilo de speaker generan seguidores y detractores. Los hay directos y provocadores y otros más suaves y sutiles. Unos y otros generan reacciones de diversa índole.

 

En cualquier caso, lo peor es ser indiferente; alguien estándar; eso te sitúa en la media. Busca tu singularidad y dale forma. Haz de ella tu sello de identidad, para lo bueno y lo malo.

 

9. La sencillez es la virtud de los sabios

 

Hay una máxima que conviene no olvidar: "Entre dos explicaciones, elige la más clara; entre dos formas, la más elemental; entre dos expresiones, la más breve". Los mejores expertos se distinguen por su facilidad para expresar argumentos con sencillez. Y cuando más complejo sea el mensaje a transmitir, mayor la necesidad de hacerlo comprensible. Lo contrario es acariciar el Ego.

 

La sencillez también se manifiesta en la brevedad. Guy Kawaski apuntaba: "Nunca he visto una presentación demasiado corta". Hay pocos ponentes que se ajustan al tiempo asignado, y sin embargo, es la mayor muestra de consideración hacia la audiencia. Cuando se cumple, el público lo aprecia mucho.

 

10. Cosecha beneficios en múltiples áreas

 

Hacer el esfuerzo por hablar bien en público produce réditos en todos los ámbitos:

 

  • se gana credibilidad frente a terceros al ser más convincentes;
  • aumenta la autoestima, y la autoestima es un factor indispensable del éxito;
  • incrementa las posibilidades laborales porque en cualquier puesto de trabajo hay que hacer presentaciones;
  • engrasa las negociaciones facilitando su cierre al ser más persuasivos;
  • ayuda a la hora de vender al ser capaces de argumentar mejor; y, por último,
  • en tu vida personal aparecerás más atractivo a los ojos de los demás al dar sensación de seguridad en ti mismo.

 

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- Tus Presentaciones Son Tu Marketing

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- ¿Cuál es el estado emocional que quieres para ti y para tu audiencia?

 

Diálogo abierto:

 

¿Cuáles crees que son los mayores obstáculos que afrontan los directivos para hablar en público?

 

…………….

 

oct 02 2012

by Gonzalo Álvarez Marañón

Esta entrada ha sido amablemente escrita por Francisco Alcaide Hernández, experto en Desarrollo Personal y Profesor de Habilidades Directivas de la Nebrija Business School. Su blog es uno de los más seguidos en el área de management y self-management. Es autor, sólo o en colaboración, de seis libros, el último de ellos Fast Good Management.

 

Licencia:

 

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Fuente: El Arte de Presentar  

Imagen: Public speaking anxiety  

 

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jueves, 12 de julio de 2012

Agradecimientos de una tesis...

Algeciras, 3,24 de la madrugada. Por fin he escrito el último capítulo, quizá el más duro (aunque nunca pensé que fuera así). Os dejo los agradecimientos de mi tesis, me apetece compartirlos con vosotros.

AGRADECIMIENTOS
Cuando comencé este trabajo de tesis leí algunos manuales básicos sobre metodología de elaboración de trabajos de doctorado. Cada uno hacía su especial énfasis en la dificultad mayor de éste o aquél apartado, y como conclusión además de aprender bastante de ellos he de decir en este párrafo inicial que ninguno acertó conmigo: la parte más difícil (aunque las más agradable por cierto) ha sido la de dar las gracias. Dar las gracias es un acto de justicia, pero requiere de esa memoria que en su endeblez puede ser traicionera y desleal, espero que aquellos a los que no cito no lo interpreten como desapego, quizá es que son demasiados, o yo demasiado agradecido (creo que esto último es menos probable…).

Este trabajo de tesis doctoral no habría sido posible sin la exquisita colaboración de los directores de tesis del mismo. Quiero agradecer desde estas páginas al Dr. D. Emilio Moreno Millán su continuo apoyo, las muy acertadas orientaciones, y la nada fácil tarea que ha tenido al evitar que me derrumbe en las múltiples vicisitudes que han ocurrido durante la escritura de esta tesis. Gracias a él me introduje en este mundo que ronda la gestión aderezada con la clínica y la epidemiología, adquiriendo, por su forma de presentarme las evidencias, un modo más integral y enriquecedor de la práctica médica y en especial, de su vertiente investigadora. Es difícil que estas breves palabras puedan mostrar todo el  agradecimiento que siento por él, en lo que respecta a este trabajo y, por supuesto, en lo personal.

En todo momento he contado con la ayuda, de magnitud indescriptible, del Dr. D. Indalecio Sánchez-Montesinos García quien además de suponer un elemento de ánimo e inspiración continua, ha facilitado toda la parte burocrática, formal y metodológica del presente trabajo, al tiempo que ha revisado el  manuscrito y hecho valiosísimas aportaciones al mismo. Hace muchos años alguien me dijo que un “profesor” enseñaba determinados contenidos, mientras que un “maestro” era aquel que enseñaba para la vida. Desde que asistí a las clases de D. Indalecio en primero de carrera me he honrado de disfrutar de su amistad y ha sido un modelo a imitar, aunque quizá esta dedicatoria sea la primera noticia que él tenga de ello. Hoy, uno de los motivos de mayor satisfacción al presentar este trabajo, es “devolver” en cierto modo toda aquella honestidad, caballerosidad y buen hacer que  me imbuyó, aunque haya sido con resultados a veces dispares.

Sería interminable la lista de personas a las que agradecer su colaboración en este trabajo. Salvador Peirò Moreno, quien sin conocer siquiera mi cara y a través del correo electrónico, mensajería (su adorado Skype), no dudó un momento en aclarar cuantas dudas le planteé  desde la inicial frialdad de una dirección de correo. He aprendido mucho de él, de sus trabajos y de sus consejos, pero sobre todo he aprendido dos cosas: que el camino trazado por otros es fuente indudable de conocimiento y experiencia a aprovechar, y que la generosidad de alguien a quien no se conoce personalmente puede ser muy superior a la de otros con los que uno se roza día a día en los pasillos.

Quiero también dar las gracias al Dr. D. Jesús Torío Durántez quien como director “oficioso” se ha brindado siempre a ayudarme especialmente con mi estilo “farragoso” de escritura y aportándome sus sabios consejos. Si hay un ejemplo en mi vida de cómo se puede llegar a querer a otro “maestro” duro, serio, pero a la vez el mejor de los amigos cuando ha  hecho falta, ése es el de Jesús, alguien con la misma capacidad para redactar con excelencia un manuscrito científico que para hacer el mejor Belén de la provincia. Gracias Jesús.

Por último en este apartado de dedicatorias en relación directa con el manuscrito, quiero agradecer la excepcional actitud y generosidad del Dr. D. Manuel Ruiz Bailén, quien corrigió el material realizando aportaciones de mucha valía, me animó de una forma que seguramente él ignora (pues en tanta estima le tengo que cada “OK” suyo era un empujón hacia el final del trabajo). Es otro claro ejemplo de médico y científico al que, sin tampoco conocer la cara, no ha dudado en leer, corregir, sugerir y en definitiva apoyarme, y por lo que estoy en perpetua deuda con él.  En el aspecto técnico de esta tesis seguro me dejo en el tintero a mucha gente, que espero sepan disculparme, pero la lista sería sin lugar a dudas, interminable.

No obstante, el territorio del “tesista” está revestido y rodeado de una red de personas que hacen que, día a día, la tarea sea sostenible y soportable, por ello quiero en este apartado mostrar mi agradecimiento a quienes en lo personal, han hecho posible este trabajo. Van al final, y no por ser menos, sino por  quedarme tranquilo en que no me ha de faltar espacio para tanto como les debo.

Maru, mi mujer, ha sido paciente y abnegada con esta actividad mía de tesista que tanto tiempo le ha robado y que no sé si alguna vez podré recompensarle. Sé que pese a los esfuerzos que este trabajo nos ha impuesto a todos como familia, a tantos ratos sustraídos a la pareja, la única queja que me ha brindado siempre ha sido la de mis desorganización –de todos conocida- y, por lo demás, ha sido fuente e inspiración para cada una de estas líneas. Espero que esta extraña forma mía de demostrarle amor (¡qué raro se hace decirle a alguien que se le quiere mediante un estudio epidemiológico¡) funcione, y creo que así será tanto en cuanto no me ha “despachado” ya por tanta merma personal como le he impuesto con este trabajo. Juanma y Maru, mis dos peques, son los reales herederos de esta tesis. Juanma aún guarda el primer borrador de la misma en un cajón de su escritorio de hombrecito de siete años, ella apenas si entiende de las largas horas que su padre pasa ante el ordenador y no en el parque jugando. Confío en que alguna  vez sepan perdonarme estos vacíos, que tenga tiempo aún para recuperarlos,  y cuando no esté, un tomo viejo en sus librerías les recuerde que además de quererles, les dediqué lo que sabía hacer, mejor o peor, pero con todo mi corazón.

Mi madre y hermanos no han sido ajenos a este trabajo, aunque sea por la pesadez de escucharme hablar de lo mismo hasta el hastío. Sé que mientras yo tecleaba confortable en mi despacho, ellos servían en el negocio familiar, sudando y sirviendo, caminando y corriendo. Un mundo distinto, pero del  que provengo, en el que aprendí el valor del esfuerzo y el calor de una familia. A ellos les debo lo bueno que pueda haber en mí y en este trabajo, lo malo…eso es sólo cosa mía.

Finalmente, pero quizá el más importante, mi padre. Fallecido de modo súbito hace  poco y al que no podría dedicar un párrafo como se merece, porque lo ha sido todo y me sigue acompañando. De él aprendí que las puertas del cielo están en la ilusión, la que puso en todo en la vida, la que me transmitió por el trabajo bien hecho. Quiero transcribir aquí unas palabras  escritas un año después de su muerte, a modo de homenaje, porque las fuerzas no me alcanzan para rememorar más dolor en esa pérdida: va por tí, PADRE

Hay guardias que se comienzan con un olor especial, otras tienen pequeños huecos que se rellenan de sonrisas y tristezas y algunas, afortunadamente las menos, se rellenan con puñales que jamás te abandonan.
Aquel 20 de septiembre, a media tarde, sonó el teléfono. Una mujer con voz desesperada decía que él no respiraba, estaba amoratado y la ambulancia no llegaba. Podía notarse la humedad de sus lágrimas cayendo sobre el micrófono del teléfono y llegando hasta mi auricular, humedeciendo mi mejilla.
El viejo maletín de emergencias, gris metalizado y relleno de ampollas, tubos endotraqueales y laringoscopio, abollado en alguna esquina de tantas carreras alocadas en dirección a la UCI o a observación, parecía mirarme diciendo «Abandona todo lo que tengas entre manos y corre, ¡corre!». Corrí, corrimos como locos en una carretera que seguía un trayecto serpenteante. La conocía bien. Pese a ello, nuestro destino parecía estar cada vez más lejos, pero no tanto como el de la ambulancia del centro de salud que tenía dificultades para localizar la ubicación de la finca.
Una vez que llegamos, lo vi. Varón, unos 60 años, inmóvil y con las mucosas y zonas acras azuladas por la cianosis. Reposaba en un sillón, plácida y, a la vez, cruelmente fallecido: no debía haber ocurrido hacía mucho y aquella maldita carretera no debió ser tan larga. Tantas cosas no debieron ser...
Del sillón al suelo frío de mármol, la piel aún caliente, las manchas de humedad en la frente, y la decisión alocada de «resucitar» como fuera aquel cuerpo inerte. Los libros nunca me enseñaron que los masajes cardíacos no deben hacerse a los muertos, tampoco me enseñaron que no se llora mientras se empuja el tórax de un paciente en ese movimiento maldito que indica que algo no puede ir peor. Aun así, lleno de rabia, impotencia y lágrimas, hice ese maldito masaje cardíaco, deslicé un tubo mediano a través de su garganta, inyecté adrenalina y atropina, primero en la carótida directamente, en la vía…  Las lágrimas no dejaban de caer sobre su frente inmóvil mientras yo masajeaba y la enfermera daba ambú y así unos largos 45 minutos, a sabiendas de que era mi primera y memorable resucitación cardiopulmonar a un cadáver.
Un ruido de coche se acercó con premura al terreno, venía ayuda. «Dos manos más, dos manos más...», gritaba mentalmente mientras continuaba las maniobras. La mujer y el hijo aguardaban a escasos metros, esperando que saliera de un momento a otro para confirmarles lo estéril de mis maniobras, esperando la frase que anunciara que todo había terminado mucho antes siquiera de llegar yo.
En un momento determinado, aquellas pupilas midriáticas como platos me miraron y me dijeron: «No es la atropina, es que me he marchado, me fui antes de que llegaras. Detente ya y cuidad de mi mujer». El monitor marcaba asistolia y con más lágrimas aún le dije a mi ayudante que lo dejara todo.
– ¿Cómo voy a dejarlo todo? –preguntó también con lágrimas en los ojos.
–Sí, se fue –acerté a decir quedamente.
Vomité todo lo que llevaba dentro sobre el viejo cubo de la cocina. A escasa distancia de aquel hediondo cubo, mi ayudante fumó junto a mí su primer cigarrillo después de años de abstinencia y, resignados, trasladamos el cuerpo envuelto en una sábana desde el suelo a una de las camas de la casa, donde esperamos al furgón que lo trasladó hasta el tanatorio.
No fui capaz de regresar a la cama donde yacía para retirar un anillo de su dedo, que me pidió su esposa. No fui capaz de darle un beso cuando salió de aquella fría sala con destino a su última morada. No fui capaz de tantas cosas...
Cada vez que oigo sonar el timbre que anuncia la llegada de un paciente crítico al hospital, vuelvo a sentir el temblor de manos de aquel día, el sudor me sigue embargando, aunque no las lágrimas –ya no me quedan–. Siempre me digo a mí mismo: «Después de aquello, pocas cosas aquí podrán ponerte nervioso ya», y suele funcionar, porque es verdad.
Cuando el furgón partió con el cuerpo, me acerqué a la familia; me abracé a mi madre y a mi hermano, y no hizo falta que pronunciara esas manidas palabras que usamos cuando alguien se nos va. Mi mujer aplastó la colilla de ese su primer cigarro tras largos años. Y sé que, esté donde esté, mi padre andará comentando orgulloso que su hijo lo dio todo por él (a él le perdono una mentira así). Yo sí que sé que no pude salvarle, que ese día sigue oliendo a olivas, las que él sembró allí, mezcladas con el sabor metálico del puñal que conservaré siempre dentro.
Hasta ahora, como médico, he descubierto muchas cosas, pero hay algo que vuelve una y otra vez a mi mente: sobrevivir a un hijo y no salvar a quien te dio la vida duele, duele mucho...

Juan Manuel García Torrecillas


domingo, 1 de julio de 2012

¿Abandonar el barco?



Son tiempos convulsos, de ataques frontales, de legítima defensa para los que estamos inmersos en el Titanic del mundo sanitario. Se proponen y se leen actitudes y comportamientos, por acción o por omisión, en defensa legítima de los intereses del personal sanitario y, como siempre, me asaltan las dudas.
No me gusta mantenerme al margen, ni me gustan aquellos que “estando en el escenario, no son más que decoraos” como dice la canción. No obstante, en este soliloquio en voz (o letra) alta se me plantean algunas dudas que no puedo dejar de exponer.

No escribiría este post si tuviera las ideas claras en todo, y no creo que nadie sea poseedor de la verdad absoluta en el matiz que paso a comentar. Vaya por delante que las actuaciones de la Administración sobre los sanitarios, y más concretamente sobre los sanitarios andaluces, me parecen impresentables y que merecen su justa respuesta. Respuesta sin dañar al paciente y en ello se está siendo exquisito por parte de todos los compañeros, pero respuesta efectiva, eficiente y contundente hacia aquellos que pretenden utilizar la tijera de nuevo sobre el funcionariado sanitario y mermar la atención a un sector importante de la población (inmigrantes, pensionistas, etc). En este sentido, mi máxima adhesión a los compañeros que tan dignamente defienden esta justa causa.

Recientemente una de las iniciativas tomadas en algunos centros hospitalarios Andaluces ha sido la dimisión más o menos masiva de los tutores de residentes. Me ha inquietado el blog de JA Prados en el que invita a ello, porque como persona de referencia en la Medicina (y concretamente en la de Familia), su opinión hay que tenerla en cuenta y sopesarla, tanto en cuanto viene de alguien con bastante crédito. Pese a ello….yo sigo con mis dudas.
Personalmente pienso que la Administración no ha tenido un especial cuidado o mimo con los médicos residentes. Hace ya años que lograron una discreta mejora salarial y siguen siendo un sector lábil y fácilmente dañable dentro de las estructuras sanitarias. La pregunta que me surge, como tutor, es sencilla ¿dónde puedo defender mejor a mis residentes?. Os juro que no tengo la respuesta y, como os dije, este soliloquio quizá me ayude a clarificar mis dudas.

Dejar la tutoría de residentes es dejarlos en manos de los jefes de las UGC y ello puede ser bueno o malo según quién sea el jefe de dicha unidad, claro que también dejarlos en manos de sus tutores puede ser tan bueno o malo como lo sea el propio tutor. Ante la dimisión del grupo de tutores pueden darse otras opciones poco apetecibles: nuevos tutores convocados con urgencia y con adhesión positivamente dudosa a la Administración, digamos, complacientes…., seguir bajo la tutela de los jefes de UGC (variabilidad como ya dije), o directamente la orfandad y la diseminación de los residentes o emigración hacia otros hospitales donde pueda asumirse la continuidad formativa si es que en sus centros de origen la orfandad es total. Este último es, sin lugar a dudas, el peor de los supuestos, entre otras cosas porque es poco viable ¿alguien se imagina a 300 o 3000 residentes emigrando de hospital en hospital a la caza de un tutor que le quiera adoptar?. Sinceramente creo que no se merecen esto y, con la misma sinceridad, creo que a los que mandan, les importaría un bledo.  La cuestión es: ¿podemos hacer algo desde nuestro puesto de tutor que permita la defensa de nuestra posición como sanitarios y al tiempo garantice que los residentes no van a ser los daños colaterales de esta “guerra”?. A ratos creo que sí.

Como veis, este no es un post que pretenda mostrar una opinión formada, sólo en fase de meditación, procurando evadirme a ratos del “calentón” de la batalla. Claro que como a muchos me gustaría mandarlo todo al santo carajo, pero cuando pienso en mis más de 40 residentes de Medicina de Familia, convocados en reunión, para decirles, aquí os quedáis, el capitán se larga…. me asaltan las dudas, muchas dudas.
Quizá muchos de mis compañeros tengan razón y ésta sea una medida de presión razonable y efectiva para hacer entrar a la Administración, quizá la tengan… de momento yo voy a seguir meditándolo unos días más, no lo tengo claro.
Alguno me llamará esquirol… sólo soy un médico que duda, y la duda siempre ha honrado a los médicos.

Mi solidario apoyo a los compañeros en casi todas las medidas adoptadas, pero permitidme que, este punto, me lo piense un poco más. Yo también he sido residente y nunca me sentí desamparado…
Feliz noche y…meditemos antes de hablar, sin comportamientos impulsivos… ¿abandona el capitán al barco mientras se hunde? ¿no lo abandona? ¿lo abandonamos creyendo que el barco no se hundirá?. Perdonadme que sea tan torpe como para tener estas dudas.

sábado, 30 de junio de 2012

Una entrada borrada…PUES NO

Como comenté en la entrada inicial en la que presentaba este espacio, la semana anterior ha estado plagada de indignación tras una publicación en prensa y posteriormente en un blog personal.
Se trataba de una entrada injusta, desmedida, desde mi punto de vista agresiva y escrita muy en caliente (eso lo entiendo) por parte de alguien que, desde su óptica, sufrió un trato que no le agradó en el hospital donde trabajo. El medio en soporte papel donde fue publicada esta entrada ha tenido un comportamiento caballeroso y que le honra, no sustentando la opinión de la persona que vertió los comentarios en una columna de opinión, y brindándonos la oportunidad de replicar en la misma ubicación y columna. Es de agradecer y desde aquí, quiero hacerlo.
No obstante, la ofensiva entrada sigue siendo pública desde la página del blog del autor, contra el que no tengo nada personal pues ni le conozco, pero que me ha dolido tanto en cuanto desprestigia mi profesión y daña a mis compañeros. A aquel artículo publicado en el blog siguió un listado interminable de comentarios, réplicas y contrarréplicas del autor y de personal sanitario, siendo todo finalmente borrado por el propietario del blog. NO es en absoluto mi intención que dicho debate se reabra aquí, ese debate seguirá donde tiene que seguir, pero no en este blog, por lo que os pido encarecidamente a todos que os abstengáis de publicar comentarios sobre este punto en particular (a modo de excepción).
En dicho blog publiqué una respuesta al autor, desde mi punto de vista educada y seria, que también fue borrada junto a las demás y, sinceramente, no quiero que mi opinión sobre el asunto quede borrada sin más por alguien que me/nos ha tratado injustamente. Por ello os enlazo el artículo origen de la discordia (http://vjhernandezbru.blogspot.com.es/) y os pego debajo la respuesta que en su momento publiqué. Cada uno que juzgue como lo vea oportuno, eso sí y en este caso puntual, en privado, para evitar que esto se vuelva un campo de batalla. No merece la pena…. Cada cual que extraiga sus propias conclusiones.
RESPUESTA AL SR. HERNÁNDEZ BRU (borrada de su blog por el propietario)
Estimado Sr Bru:

En la entrada de su blog previa a la que motiva esta carta dice usted literalmente: “confundimos también nuestro derecho a la libertad de expresión con el poder opinar de lo que nos salga de los riñones, sin ninguna reflexión previa sobre las consecuencias que puedan tener nuestras opiniones, sobre la conveniencia o no de fundamentarlas y sobre la profundidad del ridículo que podemos llegar a hacer con su exposición pública”. Pues bien, mi querido admirador de Pérez Reverte, creo que ha llegado el momento de que Alatriste le diga algunas cosas que lo mismo su suficiencia ignora.

Soy Médico de Familia, trabajador del Servicio de Urgencias que usted tan alegremente denigra en su última entrada, y por cierto, no estaba el día que sufrió usted estos graves lances, pero “me ha tocado usted los riñones” y no puedo dejar de responderle. Me he procurado informar y le aseguro que no me ha intimidado nada su currículum (el mío de caerle en la cabeza le daría serios problemas, se lo garantizo). Sí me ha llamado la atención que, ante tan basta formación como tiene, el sentido común se le haya desarrollado escasamente, cosa de la evolución supongo y de aquello que el vulgo tan atinadamente expresa como “él pasó por la facultad, pero la facultad no pasó por él”.

No es mi interés, en absoluto, caer en la grosería ni en la falta de respeto, creo que con la ración que usted ha servido en un medio público ya tenemos para una buena temporada. Aprovechar una determinada posición como la de periodista, tener acceso a medios de difusión de noticias o un simple blog (esto último como cualquier otro ciudadano), no deberia servirle para intentar difamar, hundir, humillar, etc. a nadie: eso en mi pueblo es tener poca ética (o poca verguenza torera, le traduzco porque creo que tanto estudio le ha cundido poco).
En Urgencias del CH Torrecárdenas se trabaja mucho y bien. Obviamente hay muchas cosas que mejorar, pero ¿sabe? hoy que estoy saliente de otra guardia más de 24 horas llego satisfecho a casa, le diré por qué. Mientras usted soltaba todas esas afirmaciones gratuitas y barriobajeras sobre mis compañeros y mi servicio, yo me vine después de haber atendido a pacientes muy críticos, graves de verdad, habiendo salvado uno o medio pellejo de alguien, y dormiré a pata suelta. He visto muchas docenas de pacientes en este día, muchos de ellos muy graves, otros sin diagnóstico final tras varias pruebas de imagen y muchas horas de espera, pero es lo que hay. Como periodista,a poco que se informe (¿no lo hizo? ¡vaya¡) sabrá que esto es Medicina, no un curso online de matemática básica. Las cosas son así, conseguir el equilibrio entre salvarle la vida a los realmente graves y que los menos graves y los que traen banalidades no le abran a uno la crisma o le publiquen en un blog para externalizar sus carencias, proyectar su verborrea, evacuar esos bajos sentimientos que muestra (para eso le recomiendo la loperamida, pero corra que la retiran del mercado financiado...).

Nadie pasa al área de sillones sin pruebas que esperar, sin situación clínica que observar, parte usted de su propia y elaborada ignorancia (sumada a su cabreo superlativo). Estar en un sillón o en una cama no es una cuestión de horas, sino de gravedad y otros factores que escapan a su formación, así que procure documentarse. Hay un motivo secreto por el cual los pacientes graves están en camas, y los leves en un sillón, seguro que con un pequeño esfuerzo usted mismo es capaz de averiguarlo.

Le vieron médicos que son tíos que se visten por los pies y mujeres con los ovarios curtidos en batallas que desde su cómodo blog usted no puede ni oler. No son como usted los llama “doctores honoris causa”, ni “premios Nobel”, ni pastores para conducir ningún “rebaño” pues para nosotros son pacientes. Por cierto, como mi nombre figura al final tiene entera libertad para comprobar mis credenciales, pero bucee en la literatura médica seria, yo no me dedico a escribir para provocar, tendrá que esforzarse un pelín más... porque éste que suscribe ve pacientes, los trata, los cuida, los ayuda cuando se mueren, y además intenta hacer ciencia (bucee, bucee...). Mis compañeros, absolutamente todos, hacen lo mismo, porque no saben ser otra cosa que lo que ya son: MÉDICOS ( y enfermeros, auxiliares, celadores...). Estamos ahí, a pie de cama, cuando alguien defeca sangre, cuando la vomita, cuando hay que encerrarse en un cuarto aislado con un paciente de meningitis para hacer una punción lumbar, cuando salpica la sangre de un paciente con VIH hasta el techo. Señor Bru, hacemos nuestro trabajo lo mejor que sabemos, con lo que tenemos y con toda nuestra alma, robándole el tiempo de nuestra formación continuada a nuestras familias y teniendo que sufrir para colmo con periodistas que aprovechan su poltrona (o su blog, o su periódico) para difamar (tranquio, lo he mirado en el diccionario de la Real Academia, si el Juez lo mira no corro peligro)...

No quiero extenderme más, le diré por qué. Porque su escrito se merece una respuesta de otro tipo y créame, institucional o privada daremos cumplida respuesta a su solicitud.

Yo no estuve de guardia ese día Señor Bru, pero yo soy mis compañeros, esté o no esté, y hoy tiene usted un mal día porque “me ha tocado los riñones” y eso lo llevo fráncamente mal.

Sin más que decirle, por el momento, se despide atentamente

Juan Manuel García Torrecillas
Médico de Familia-SCCU del CH Torrecárdenas

Bienvenidos…

Hay momentos en la vida en los que uno necesita escribir para sí mismo, aunque sólo sea por el hecho de no torturar a los de siempre con tus quejas o tus lamentos. Desde aquí esto es posible; mi familia cercana no tendrá forzosamente que aguantar mis cuitas y mis queridos amigos lo harán a su antojo pues nadie les obliga a abrir siquiera esta página.

Tengo una hermosa familia a la que poder “torturar” con mis historias, avatares de cada día, preocupaciones… pero entiendo que no es justo hacer siempre recaer mis locuras sobre ellos. Este blog pretende dar cabida a mis inquietudes de médico alocado e inquieto de tal modo que sea el lector quien decida si quiere o no arriesgarse a leer la locura que ese día o semana se me ha ocurrido destilar. No es un blog de una temática concreta, seguramente contenga a partes iguales música, quejas, preocupaciones, ataques de “prurito profesional” y cualquier otra cosa que pase por mi desvencijado córtex… así que preparados para leer cualquier cosa, eso sí, siempre desde el máximo respeto, pero no por ello desde la máxima tibieza ni desde el cúlmen de la indolencia. No es mi clase ni mi estilo, no lo ha sido nunca, y no es noche para un debut de ese tipo ni para un cambio apresurado de chaqueta.

Esta pasada semana he tenido el dudoso privilegio de comprobar personalmente el daño que se puede hacer desde un blog. A ello me referiré con detalle en la próxima entrada. Es por esto por lo que deseo insistir en lo anterior: sin tibiezas, con mis rarezas y con el polvo de mis zapatillas, pero con educación y respeto, el debido a dos lectores (uno si acaso que acceda a esta página y otro el que suscribe).

No me extiendo más, bienvenidos amigos, pasen, acomódense, sean comprensivos con las torpezas de este escritor con grandes carencias y contribuyan con sus comentarios, seguramente muy enriquecedores. Aquí estoy, aquí estamos…